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De adultos delicados y su (anti)sionismo histérico

Actualizado: 9 jun 2023


Por Jack Goldstein

Si, quiero bautizar estas líneas con un título brusco y acompañarlo de una imagen caricaturesca. Desde hace algún tiempo tengo atorado en el gaznate ideas y sentimientos que necesito compartir. Con declarada soberbia quiero señalar a aquellos igualmente soberbios que se sienten sacrosantos en temas de sionismo y quienes han elevado a status de blasfemia las críticas constructivas que se hagan del Estado de Israel o de cualquier actitud que salga del libreto parroquial con el que se criaron en su burbuja de cristal. Para ellos, zait mir zegunt!


sencillamente se sienten intelectualmente incómodos con un Israel imperfecto y prefieren cruzar a la otra orilla, como si esa fuera moralmente superior. A muchos ni les permitimos el espacio de expresión. Sienten que se han criado un ambiente de sionismo sofocante que idolatra a Israel y prefieren alejarse de su identidad antes que saber enfrentar su posición ante las mayorías comunitarias. ¡Cómo duele eso!

Como pueblo, tenemos sobradas razones para tener una piel gruesa que aguanta duros golpes, y a la vez muy delicada que se brota ante cualquier roce. Es un arte saber administrar esa pielitis con prudencia.


Así como las personas, considero que los pueblos y países pasan por etapas de crecimiento, que deben asumirse con la madurez correspondiente. Hay correcciones que se le hacen con cariño al niño y otras que sin tapujos hay que hacérselas al joven adulto, así le incomode. Eso pasa con Israel: hay discusiones que debíamos evadir hace 75 o 50 años, pero que hoy corresponde revaluar, analizar y mejorar. Hay cosas que, embriagados de orgullo nacional, ni veíamos o evitábamos tener que asumir. Frecuentemente, Israel hace las veces del hijo que nos enorgullese, pero también es el hijo bobo al que nadie puede criticar. Pero estamos grandecitos como para creernos cuentos de hadas y narrativas perfectas. Muchas veces, esa ropa sucia hay que saberla lavar en casa, calladitos, pero lavarla debemos. Es cuestión de actuar como padres o adultos responsables.


Ese mundo de millenials enseñados a merecer todo, a gozar de lugares seguros, que sienten ser los únicos que han heredado un pasado injusto, también lo podemos traducir a nuestro microcosmos sionista. Debemos trascender ese sentimiento infantil y saber criticar responsablemente al Estado de Israel, salirnos de esos safe zones, saber escuchar y digerir las críticas justas que se hagan, vengan de donde vengan. Eso no nos convierte en traidores ni entreguistas ni quintacolumnistas. Tampoco podemos permitirnos el lujo de alienar a un aliado porque en algún momento nos haya dicho algo real pero incómodo. Reconocer que Israel no es perfecto también debe ser motivo de orgullo. La perfección, por definición, no permite superarnos y, por el contrario, nos debilita. Al fin y al cabo, los argumentos perfectos se derrumban con tan solo encontrarles un pequeño error y terminan igualándonos por lo bajo con los argumentos de la contraparte.


Israel es excepcional. Su historia, entorno, riesgos, demografía y geografía la hacen muy especial. A menudo, la crítica que recibe tiende a negar su derecho a existir, cosa que no pasa con otras naciones. En Israel hay todas las gamas de sionismo; en la diáspora, especialmente en nuestros pequeños shtetls, debemos poder celebrar ese pluralismo y es ahí donde falta madurar. A veces siento que, entre nuestras nuevas generaciones, muchos no conciben que puedan ser sionistas de izquierda a riesgo de ser tachados de traidores y prefieran irse por la vía fácil del distanciamiento de la causa. Otros sencillamente se sienten intelectualmente incómodos con un Israel imperfecto y prefieren cruzar a la otra orilla, como si esa fuera moralmente superior. A muchos ni les permitimos el espacio de expresión. Sienten que se han criado un ambiente de sionismo sofocante que idolatra a Israel y prefieren alejarse de su identidad antes que saber enfrentar su posición ante las mayorías comunitarias. ¡Cómo duele eso!


Dicen por ahí que el dogmático adapta la realidad a su mente, mientras que el práctico adapta la mente a la realidad.

Es importante desmitificar dogmas fundacionales del sionismo para no caer en los mismos absolutos de nuestros adversarios. Al fin y al cabo, ¿acaso no nos enorgullecemos de ser dueños del único libro sagrado que es crítico de sus mismos héroes? ¿Si en el Tanaj se habla abiertamente de las trasgresiones del pueblo y sus líderes, por qué nos es tan difícil hacerlo con los actores de reparto de hoy? ¿Cuál es la vergüenza en reconocer problemas o fallas? Esa perfección a menudo nos desacredita en foros. Dicen por ahí que el dogmático adapta la realidad a su mente, mientras que el práctico adapta la mente a la realidad. En otras palabras, el practico encuentra espacio tanto para la paz como para la guerra y posee mejores chances de crecer y madurar.


Suficientes grupos de whatsapp tenemos que a menudo se convierten en foros de adoración de cualquier tema que algo tenga que ver con Israel. Cansan porque exageran, repiten, falsean, hipersensibilizan, radicalizan y generan un ambiente competitivo para ensalzar al más sionista de todos. Por ejemplo, hay quienes pecan de histéricos y caen en el error de lo que dicen combatir al hacerse pendejamente islamofóbicos. Ante las nuevas generaciones, pecan de miopes y cortoplacistas con su mal ejemplo. Se prestan para exponer esa delicada piel gritando “lobo” donde capaz ni lo hay, y que hace que cuando finalmente llegue ya ni nos creen. Peor aún, hacen que nuestros aliados se cansen de nuestra cantaleta. Convierten una sesuda crítica al Estado en muestra de antisionismo o antisemitismo. Hay que saber domesticar esas furias. Como dice el científico Neil DeGrasse Tyson, el radical es aquel que sabe poco pero suficiente para creer que sabe mucho, pero lo insuficiente para darse cuenta lo mucho que está equivocado. Podemos dejar de ser radicales sin perder la camiseta de orgullo sionista.


Prefieren escuchar únicamente la melodiosa voz del sionismo oficial y terminan trastabillando cuando sus mentes virginales escuchan por vez primera el argumento del enemigo.

Para terminar, ¿De qué sirve la Hasbara si solo la damos a los de casa? ¿Sólo es válido predicarle a nuestra feligresía para así regocijarnos con autoalabanzas? Para mi gusto, esas conferencias deben servir tanto para capacitarnos como para llegarle al neutral y al enemigo por igual. Total, este es un Zero-Sum Game donde cada antisemita o antisionista menos es ganancia. Pero vergûenza me da ver algunas reacciones infantiles que se oponen a cualquier acercamiento con el neutral o enemigo, así sea en ambientes de altura y respeto. Seguidamente, ¿Por qué muchos de los nuestros no saben oir al enemigo, leer sus libros o sentarse a analizar sus argumentos? Prefieren escuchar únicamente la melodiosa voz del sionismo oficial con su Q&A prefabricado y terminan trastabillando cuando sus mentes virginales escuchan por vez primera el argumento del enemigo.


Queridos líderes comunitarios: Hasbara y nuestros grupos en redes sociales deben cumplir funciones que trasciendan el simple masajeo de egos patriotas

Defender la causa de Israel es labor mucho más complicada que la de cualquier otro país. Pero siento que estamos alienando tanto a tirros como a troyanos. Unos volviéndose enceguecidamente radicales de derecha que no conciben espacio para palestino alguno o incluso para árabes israelíes; otros volviéndose cómodamente mamertos, incapaces de saber defender o criticar a Israel sin tener que entregar la camiseta. Ambos, desde la comodidad de sus extremos, simplifican la situación y evaden asumir los grandes retos que nos competen. No sé exactamente cómo definir este postsionismo, pero hay que trabajarlo.


Queridos líderes comunitarios: Hasbara y nuestros grupos en redes sociales deben cumplir funciones que trasciendan el simple masajeo de egos patriotas para evitar llegar a viejos sin haber madurado, con parroquialismos fosilizados que no llevan a nada productivo. No podemos permitirnos el lujo de perder argumentos por acaloramientos infantiles o perder feligreses porque no encuentran espacio para ser críticos sin sentirse rechazados por la comunidad.


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