¿Existe algo más horrendo?
Al no reconocer la existencia del otro, y plagado de impulsos homicidas, el terrorismo fundamentalista, nacionalista, étnico, o revolucionario adoctrina a niños, niñas y jóvenes dañando gravemente su capacidad de discernimiento.

Por Fanny Wancier Karfinkiel - fannywancier7@gmail.com
Presente en todas las culturas, el filicidio se refiere a la acción más repugnante y perturbadora de la sociedad: el asesinato de los hijos y sus manifestaciones encubiertas como la mortificación, denigración, negligencia y abandono de los padres, dioses, faraones, amos y monarcas.
Matarlos, involucrarlos en redes de pornografía, trata de personas y el delito, deshacerse de niños y niñas (según la conveniencia), el maltrato físico, mental y emocional, junto a la incapacidad del padre y la madre de ejercer sus funciones, se ha registrado desde el inicio de la Historia escrita.
Las causas conocidas, aparte de no manejar los instintos homicidas y estar atrapados en una historia familiar malsana, van desde psicosis, bipolaridad, depresión y abuso de sustancias adictivas, hasta conflictos económicos y sociales.
Se encuentra en la tragedia de Eurípides, cuando Medea toma venganza de su marido a través del asesinato a sus hijos, y en otros mitos donde, presas de la locura, las madres se suicidan después del horrendo asesinato a sus vástagos. Igualmente, con el hombre como el agresor, Ifigenia es sacrificada por su padre para ganar tiempo antes de un ataque. Se presenta en las tradiciones religiosas cuando Abraham intenta sacrificar a su hijo Isaac y detenido por D’os, encuentra el discernimiento al superar la prueba de fe.
Considerada una crítica social y política, impresiona en Saturno devorando a su hijo (1820-1823), inquietante pintura de Goya inspirada en la mitología clásica. También, cuando el filósofo Rousseau abandonó en un orfanato a sus cinco hijos sin siquiera conocer sus fechas de nacimiento. Quizá por eso, palabras más, palabras menos, declaró que “el hombre nace libre pero la sociedad lo encadena”.
Ocurrió en 1945 cuando Magda Goebbels asesinó a sus seis hijos y se suicidó junto a su esposo Joseph Goebbels, ministro del régimen nazi. Hitler había condecorado a la familia por ser el modelo ideal.
Al no reconocer la existencia del otro, y plagado de impulsos homicidas, el terrorismo fundamentalista, nacionalista, étnico, o revolucionario adoctrina a niños, niñas y jóvenes dañando gravemente su capacidad de discernimiento, o los convierte con enorme crueldad en bombas y escudos humanos que, dirigidos por cabecillas profundamente trastornados, son sacrificados por “la causa” y luego, victimizados.
A excepción de la sobrevivencia y la legítima defensa, es fundamental comprender que la guerra, con su insaciabilidad destructiva y exposición de los jóvenes a la muerte, tiene un componente filicida que no se quiere admitir.
¿Qué le falta al ser humano? Sin duda, falta el conjunto de funciones neurocognitivas y afectivas evolucionadas que repudian la brutalidad y la infamia. Falta el valor de mayor poder reparador que existe: el Amor. Pero no entendido como un sentimiento, sino como el más elevado estado de consciencia donde, al servicio de nuestra libertad, florecen el respeto por la vida, la fortaleza interior y la ética.
Indudablemente, falta reconocer que, a pesar de sus grandes logros, el ser humano sigue siendo un desdichado esclavo de sí mismo.
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