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Israel y la Diáspora judía. Una visión de enero de 2019


Me gusta releer ciertos artículos para analizar con la sabiduría que el tiempo otorga la manera cómo veía las cosas años atrás, cómo han cambiado (o no) las circunstancias, cuáles análisis fueron acertados y cuáles fueron pifias. Algo podemos aprender. Las conclusiones se las dejo a ustedes amables lectores.





Pocos de nuestros antepasados hace 100 años fueron reacios a anhelar la creación de un estado judío. Algunos, religiosos, por no querer adelantársele al Mesías siempre esquivo. Otros, más asimilados a sus sociedades, por no querer poner en riesgo sus nuevos derechos adquiridos en sus países de residencia. Eventualmente, la diáspora supo aunar deseos en torno al proyecto sionista y la creación del Estado de Israel puso nuestros corazones a latir acompasadamente. Pero las realidades de la Diáspora y de Israel no son exactas y a veces ni van paralelas. La realidad es que también pueden ir en contravía una de la otra, irónico precio que se paga al conseguir la soberanía nacional.


Así como la Diáspora no necesariamente entiende la psicología del israelí agobiado por los temas de seguridad, los israelíes en buena medida también han perdido esa sensibilidad que las comunidades minoritarias en la diáspora hemos forjado durante milenios y que hacen parte del ADN cultural de nuestro pueblo.

Durante los últimos 2.000 años claramente, pero también durante buena parte de los anteriores 2.000, fuimos minoría, fuimos ciudadanos de segunda. Solo en los últimos 70 es que hemos gozado de un mayoría demográfica y política en al menos un país. Hemos aprendido durante siglos a defendernos, a escaparnos, a tener un perfil bajo, a esforzarnos el doble para conseguir la mitad y a siempre velar los unos por los otros. Ahora, la prueba está en aprender a gobernarnos directamente, a gobernar sobre otras minorías y a mantener los vínculos entre aquellos quienes están en Israel y quienes permanecemos en la Diáspora. Así como la Diáspora no necesariamente entiende la psicología del israelí agobiado por los temas de seguridad, los israelíes en buena medida también han perdido esa sensibilidad que las comunidades minoritarias en la diáspora hemos forjado durante milenios y que hacen parte del ADN cultural de nuestro pueblo.


No siempre debemos ver igual; las realidades son diferentes. Pero creo que, si el último año sirve para evaluar la relación entre las dos mitades del pueblo judío, hay suficientes motivos para preocuparnos. Para contextualizar, recomiendo a todos leer el libro “Trouble in the Tribe” de Dov Waxman que narra con crudeza ese comienzo de cisma inimaginable hasta hace poco. Veamos a continuación algunos sinsabores que nos trajo el 2018:

  • Juan Manuel Santos, en su último respiro como presidente de la República, traicionó sus promesas con relación al reconocimiento de Palestina. Israel se molestó con suficientes razones y mantiene bastante frías las relaciones con Colombia durante estos primeros meses del gobierno de Duque (gran aliado de Israel, como evidencia su trabajo en la ONU durante la comisión investigadora del Caso Mavi Mármara). Como ciudadanos de este país, queremos mantener las mejores relaciones con el nuevo gobierno y obviamente ver superado el impase producido por un gobierno pasado. Las agendas de la embajada y la CCJC no son las mismas.

  • En México, la comunidad judía tuvo que desligarse de la posición de Netanyahu en apoyo a Trump con relación a las bondades de la construcción de un muro que separe a Estados Unidos de la República Mexicano. Ambos tendrán sus razones en sus planteamientos, pero claramente se encuentran en posiciones divorciadas y en este caso, la postura de Netanyahu sí llegó a incomodar a la comunidad mexicana debido a la cantidad de comentarios malintencionados que recibieron por cuenta de la postura de la oficina de prensa del Primer Ministro.

  • En Hungría, Netanyahu optó por darle un espaldarazo al muy derechista Viktor Orban y su muy criticado proyecto del museo judío del holocausto húngaro. El Primer Ministro “bendijo” un millonario negocio entre el gobierno cuasi-facista y el rabino local de Chabad, a expensas de la federación de comunidades húngaras y el sentir de la inmensa mayoría de la judería húngara que sintió pisoteada su historia. Para rematar, la cercanía de Netanyahu con Orban ha ignorado el creciente antisemitismo que la figura de George Soros y su apoyo a sociedades liberales ha generado entre las masas húngaras.

  • En Estados Unidos, el cisma es mayor, pues allá reside la mayoría de la judería de la diáspora y la que, por ende, mantiene un vínculo mayor a nivel político y económico con Israel. La mayoría de la población judía gringa está afiliada a comunidades reformistas o conservadoras, cuyos líderes son una y otra vez relegados. Otros motivos de preocupación son cuando el acuerdo para habilitar una zona igualitaria en el Muro de los Lamentos se sigue ignorando; cuando un rabino conservador es arrestado por oficiar una boda; cuando visitantes de orientación liberal y crítica a las políticas del gobierno de Netanyahu son detenidos en el aeropuerto a su llegada y expulsados; cuando el mismo Ministro de la Diáspora, Neftalí Bennet boicotea su reunión con los dirigentes de la Federación de Comunidades Judías de Norteamérica; cuando a raíz de todo lo anterior, la participación de jóvenes en el programa Birthright cae por primera vez y de manera vertiginosa; cuando el evento para recordar y homenajear a las víctimas de la matanza en la sinagoga de Pittsburgh es usado con fines políticos por el mismo Bennet; cuando una figura de la talla de Natalie Portman, acertada o muy descabelladamente, le da por desplantar al Primer Ministro en un acto con el que ya se había comprometido.

Estamos ante una nueva realidad, un capítulo que en nuestra milenaria historia solo lo podemos ver en las tristemente célebres páginas de nuestra pseudo-soberanía durante las épocas macabeas y romanas que nos llevaron a los más dolorosos cismas. Es momento para un sacudón.


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