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Foto del escritorJack Goldstein

Lágrimas de Shabat. Guerra de Fútbol

 




Por Marlene Manevich

"No es tiempo de llorarrrrrr" exclaman los locutores de fútbol, esos narradores quienes tienen la mente más ágil que la lengua para poder estar en la jugada. Es impresionante la velocidad con la que cuentan cada jugada y el recorrido del esférico. La alegría que se respira con la copa América es insuperable. Obvio para los que ganan. Los que pierden quedan tristes y decepcionados como en cualquier derrota. La diferencia es que es una derrota sin pérdidas humanas, sin muertes, sin grandes decepciones. El único reto es ser mejores para la próxima vez.


Claro que tenemos que hablar de las excepciones, porque existen las famosas barras bravas que acaban con la paz del fútbol, que destruyen la idea de que es un reto amistoso que traspasa las fronteras tanto físicas como a todo nivel. Ha habido muertos y asesinatos por el fútbol-tanto entre la hinchada, cómo algunos jugadores que han sido juzgados por el público y han pagado con su vida- pero ha sido una minoría, por el impulso de algún desquiciado que quiere hacer su propia justicia, pero no es la generalidad. Cómo les he contado en otras ocasiones, no soy muy aficionada al fútbol, pero me crié entre balonazos y emotivos narradores deportivos. Esa fue mi niñez, con un hermano fanático de este deporte. Cuando me casé, seguimos en la jugada, pues mi esposo es un furibundo hincha del América y el fútbol es como la política que se hereda entre las familias, especialmente para que haya paz en casa (shalom bait).


Es una solución salomónica, pues no me imagino un almuerzo con un hijo hincha de un equipo y otro del otro. Comenzarían a volar tenedores por encima de la mesa. De acuerdo a este sabio principio, toda la familia de mi esposo, 3 hijos hombres, eran hinchas del mismo equipo, así que mis hijos crecieron con el amor a la camiseta roja, sin abandonar yo mis principios de hogar de ser hincha del Medellín. Un equipo era de Medellín y el otro de Cali, así que se valía la dualidad. Mi hermana y yo por solidaridad con nuestro hermano , seguimos apoyando al Medellín. Después fue el equipo de Colombia, que siempre jugaba y nunca ganaba, hasta que un día obtuvo un 5-0 contra Argentina. Eso lo hizo célebre por mucho tiempo. Yo no era muy aficionada y era la que servía las papitas cuando venían los amigos a ver el partido a la casa y a compartir los goles y muchas veces la derrota. Cuando ganaba el equipo tricolor salíamos a las calles a echar bocina y a ver como la gente tiraba harina para celebrar. Los partidos del mundial me gustaban, pero era más el entorno y el ambiente festivo que el partido en sí. Me encanta ver a la Selección Colombia, cuando celebran los goles bailando ese pasito que se inventaron en algún mundial. Y el movimiento de caderas de Shakira con el famoso walka waka que traspasó la barrera internacional, tanto musical, como futbolísticamente hablando.


Después del 7 de octubre y de escuchar a Feler cantando los goles y abogando por los secuestrados, le he cogido más amor a este deporte que mueve masas. Además entiendo la gran industria que es y la cantidad de dinero que mueve a nivel mundial. Hay muchos intríngulis, pero los prefiero a la política y a la guerra. Si los palestinos, en vez de usar sus batolas que les impiden correr detrás de un balón y se pusieran a entrenar en serio, en vez de coartar las libertades individuales y construir túneles, podrían ser los campeones del mundo. El futbolista mueve tanta plata cómo la industria militar, pero es más sano para la salud mental de este mundo enfermo de desamor.Si los palestinos invirtieran más en escuelas de fútbol que en túneles y les enseñaran a sus hijos a patear un balón, en vez de empuñar un arma, viviríamos en un mundo mejor. Como dicen por ahí, el deporte es salud y si el deporte perjudica tus estudios deja tus estudios Yo diría si la guerra perjudica el deporte deja la guerra Y cómo la historia se repite y la fe no se pierde, esperamos el domingo ver ese 5 a 0, que alguna vez regocijó el corazón de los colombianos.

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