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Foto del escritorJack Goldstein

Libertad de Expresión en la línea de fuego



Por Omar Bula

"Aquí puedo decir lo que quiera, allá me matan si digo lo que no es", expresaba un balsero cubano al llegar a Estados Unidos en 1980, huyendo de un régimen donde hablar libremente podía costar la vida.


la intolerancia hacia la intolerancia solo crea un nuevo tipo de intolerancia, y la mejor forma de fortalecer la democracia y la resistencia de la sociedad frente a discursos insultantes u ofensivos es permitir más de estos

Durante la Guerra Fría, uno de los contrastes más marcados entre Occidente y la Unión Soviética fue su enfoque hacia la libertad de expresión. Mientras que bajo el comunismo de la URSS se mantenía un estricto control sobre la información y el discurso, Occidente defendía la libertad de expresión como su obra maestra y como piedra angular de la democracia.


Buenos tiempos aquellos los de Occidente – porque las cosas están cambiando a una velocidad asombrosa y la tendencia global hacia la censura se hace cada día más evidente.


El punto de inflexión se dio durante las últimas elecciones en EEUU y la pandemia de COVID-19, momentos en los que, bajo el argumento de combatir la desinformación, tanto regímenes autoritarios como democracias consolidadas censuraron abiertamente cualquier opinión que se desviara de la narrativa oficial.


A este respecto, Mark Zuckerberg, fundador de Meta (antes conocida como Facebook), testificó recientemente ante miembros del Congreso de EEUU, expresando su arrepentimiento por haber cedido a las presiones del gobierno Biden-Harris para censurar información relacionada con la pandemia y suprimir datos cruciales durante las elecciones, incluyendo el famoso escándalo del computador de Hunter Biden.


La información sobre la censura en los últimos años es abundante, pero más allá de ser un juego de poder entre los grandes, esta práctica está impactando cada vez más a los ciudadanos comunes.


En el Reino Unido, donde la simple posesión de memes considerados ofensivos puede llevar a prisión, la situación es particularmente inquietante. Tras las protestas en julio por el asesinato de varias niñas por un adolescente de origen ruandés, el gobierno británico detuvo a ciudadanos por expresar oposición a la inmigración, incluyendo encarcelamientos por gritar "Ya no eres inglés" a la policía o por vender pegatinas que decían “Inglaterra para los ingleses".


En Escocia, J.K. Rowling, la reconocida autora de Harry Potter, estuvo al borde del arresto debido a sus opiniones en redes sociales sobre la ideología de género. En Irlanda, simplemente poseer ciertos materiales o participar en manifestaciones pacíficas que cuestionan la narrativa oficial sobre género e inmigración puede acarrear penas de varios años de cárcel.


En Canadá, pastores han sido arrestados bajo la acusación de ofender al gobierno. En Francia, el fundador de la aplicación de mensajería Telegram, fue detenido por supuestas fallas en la moderación de su plataforma. En Australia y Brasil, la regulación de contenido en redes sociales sigue generando tensión e, incluso en EEUU, Tim Walz, candidato a vicepresidente de Kamala Harris, ha insinuado que la libertad de expresión podría no ser garantizada si el gobierno la considera desinformación o perjudicial para la democracia.


En resumen, los síntomas son inconfundibles.


El debate sobre qué constituye “discurso de odio” es sumamente intrincado e incluye aspectos como la ausencia de una definición globalmente aceptada, las variaciones culturales y contextuales, y la dificultad de conciliar la libertad de expresión con la necesidad de proteger contra el daño. Aunque está claro que esta no debe amparar la incitación al daño, la línea que distingue un discurso político legítimo de uno de odio se ha vuelto cada vez más borrosa.


Por otra parte, que sean los gobiernos quienes la definan provoca aún más inquietud, pues - además de ser una práctica característica de regímenes totalitarios - como bien decía el economista político británico John Stuart Mill, nadie tiene la infalibilidad necesaria para decidir qué debe ser suprimido o considerado inadecuado.


Ahora bien, lo más preocupante de todo esto es el mero hecho de que se esté discutiendo la posibilidad de restringir la libertad de expresión. ¿Por qué habría que hacerlo? Y nadie mejor que un ilustre ciudadano británico para responder a esta pregunta.


Preocupado por lo que sucede en el Reino Unido, en un discurso solemne apenas salpicado con su característico toque de humor, Rowan Atkinson, más conocido como Mr. Bean, expresó magistralmente su profunda inquietud por el futuro de la libre expresión y su impacto sobre la gente del común.


Para Atkinson, la intolerancia hacia la intolerancia solo crea un nuevo tipo de intolerancia, y la mejor forma de fortalecer la democracia y la resistencia de la sociedad frente a discursos insultantes u ofensivos es permitir más de estos, ya que, como con las enfermedades infantiles, uno se vuelve más resistente a los gérmenes a los que ha sido expuesto




En lo que a mí respecta, aunque muchos de los que siempre han gozado de ella parecen darla por sentada, la libertad de expresión sigue siendo una obra maestra del mundo occidental que nadie debería tener el derecho de alterar - y el solo hecho de que algunos estén intentando hacerlo, debería constituir un claro aviso para estar en guardia y protegerla a toda costa.


Como siempre, te agradezco por tu amable atención.

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1 comentario


Ida Rachel
Ida Rachel
10 sept

Es una pena que las redes se esten utilizando para desinformar, tergiversar informacion y otras barbaridades en lugar de usarlas para el bien y la paz en el mundo

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