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"Anyu" - Mi Nuevo Mundo. 1957 a 2007 - Parte XVII - Final.

Por Anamaria Goldstein

En el Stadt Park con las Bardos y mis padres.

No me acuerdo con exactitud cuándo salimosde Hungría, pero era un día de junio de 1957 y mis 15 años los cumplí en Viena. Mientras llegaba la visa colombiana, urgida por mi tía desde Bogotá, mis padres se dedicaron a comprar cristalería y porcelanas para ayudarse económicamente vendiéndolas a su llegada. Yo salí a conocer la ciudad durante el mes que permanecimos allí, visitarmuseos y sobretodo saborear las delicias del mundo occidental, que podían ser, por ejemplo, un sándwich inventado por mí que consistía en una tablade chocolate amargoentre dos de leche con avellanas, admirar los carros, las vitrinaslujosas y visitarlos almacenes abarrotados de mercancías. Reencontré a mi amiga Judith Bardos, con la que íbamosal Danubio a nadar y a remar,los sábados en la tardebailábamos en el Stadt Park cuidadas por cuatro pares de ojos y sobre todo planeábamos nuestrofuturo. Un día nos encontramos una señora que vivió en Colombia en los años 20’s, la cual nos pintó un país atrasado, peli- groso y sobre todo imposible para mujeres europeas. Nos hizo un favor, porque la sorpresa fue muy grande y feliz a nuestra llegada: Bogotá era una ciudad hermosa y moderna. Viajamos por tren hasta París donde nos quedamos unos 15 días. Fue como un sueño, la ciudad me deslumbró. Tomé muy en serio todas las guías turísticas de la ciudad, visité todo lo que pude; conocí una prima de mi edad, Evelyn Hazai, cuyos padres emigraron antes de la guerra; también unos primos de mamá, de Polonia y estuvimos invitados al palacete del director artísticoy dueño del Follies Bergere,Michel Gyarmathy, quien era amigo de papá de su ciudad natal. Un día apareció un joven suizo que conocí en uno de los bailes en Viena, llegó desde Neuchatel. Me sentí muy quinceañera.

Tomamos el barco que nos llevaría a Panamá, en Le Havre. Papá y yo estuvimos muy preocupados pensando en cómo iba a pasar mamá el muy movido canal de la Mancha; ella estuvo divinamente, pero nosotros dos muy mareados. El barco llevaba muchos estudiantes universitarios, así que para mí la travesía era una sola fiesta. Mamá sólo se quejaba de que el barco iba demasiado rápido,era como si quisiera frenarlo, disfrutar de unas vacaciones y coger fuerzaspara lo que nos esperaba. En Trinidad y Tobago bajamos para dar una vuelta turísticay ese fue nuestro encuentro con el Nuevo Mundo, muy folclórico, por cierto. Después de tres días en Panamá tomamos el avión para Bogotá, me dejaron entrar a la cabina del piloto y me acuerdo cómo mi corazón palpito con fuerza al ver las Cordilleras del que iba a ser mi futuro hogar. illera de los Andes. BOGOTA Llegamos al aeropuerto de Techo y detrás de unas alambradas vi a mi tía gritar y llorar de alegría. Los primeros días nos alojamos en su casa, pero a la semana nos pasamos al apartamento de unos húngaros, los Link, en Teusaquillo. Un simpático cuento del señor se refería a su propia llegada a Buenaventura poco antes de estallar la guerra. Al oír los niños correteando y gritando “Ayúdele” para cargar sus maletas, se aterró de saber que inmediatamente se le reconoció como judío, a yid o yiddele. Poco después tomamos el segundo piso de la casa de otra húngara, de Rosa Beck, en La Soledad.


Judith, Mamá y yo por la Carrera Séptima

No había pasado una semana cuando mamá empezó a dar clases de piano, primero a unos niños de habla alemana y francesa, pero a los pocos meses ya las daba en Castellano para alegría de los pequeños. Las clases se convirtieron en campeonatos de puntos: las fallas de mamá en el idioma contra las fallas de los niños en las notas estaban fascinados con las clases. En septiembre empecé a ir al Liceo Francés. Pensábamos que con mis conocimientos del Francés iba a ser más fácil el estudio y me iba a integrar más rápido. No fue así, no me gustó el colegio, no encontré ningún gesto de amistad, ni siquiera curiosidad por parte de mis compañeras, a excepción de dos niñas de origen libanés, GloriaMoanack y EdnaAkl. Fuera de un profesor cuya esposa era húngara, a quien terminédándole clases de húngaro y él dándome de francés para mejorarlo, no hubo un solo profesor que me ayudara o se interesara por mí. Yo esperaba que alguien me preguntara por Hungría, sobre lo que pasó en la revolución, si me gustaba Colombia, o qué hacía el fin de semana. No pasó nada de eso. Resolví cambiar de colegio también porque me interesaba aprender rápido Castellano y otro idioma,así que me inscribieron en el Colegio Americano, que además quedabacerca de casa.Allí tuve profesores colombianos, españoles y americanos muy distintos a los francesesy guardo de ellos lindos recuerdos. A los cinco meses de estar en Colombia tuve que presentar exámenes de validación de todas las materias que no ví en Hungría, como por ejemplo español, gramática, historia y geografía colombianas, logré saltar un año y entrar a quinto de bachillerato. El estudio no me pareció difícil, tanto que llegué a ser la mejor bachiller. Con todo, era una época muy dura, sentía mucha nostalgia, añoraba a Hungría, mi tía Ila, la finca y mis amistades. Nada de esto les manifesté a mis padres porque no quería que me vieran triste, cargaban ya bastantes angustias por su cuenta.


Grupo de alumnos de Anyu en el Foyer del Teatro Colón

Las cajas con las porcelanas y cristales llegaron de Viena pero estaban tan mal empacadas que casi la totalidad llegó rota y no estaban bien aseguradas, así que se perdió la oportunidad de empezar bien. Papá pensó en fundar un club húngaro y con eso ocuparse y producir también algunas entradas, pero para sorpresa nuestra la “colonia” húngara era muy pequeña y estaba dividida. Pienso que podían ser unas ciento ochenta personas. Estaban los antiguos y los recién llegados, los virulentamente antisemitas y los judíos ortodoxos, oficiales del ejército que salieron corriendo ante la avanzada comunista, artistas, gente pobre y los que ya tenían algo, se sentían por eso de mejor categoría. Así que había que ingeniarse algo para que papá no se desesperara. A pesar de que papá era negado para los negocios, a mamá se le ocurrió crear uno que inclusive tuvo éxito: diseñar, fabricar y vender faldas. El diseño


consistía en comprar moldesamericanos en el Tía o en el Ley, había que ir hasta El Muña a la fábrica de telas Sedalana, en el carro de mi tía, donde mamá obtenía descuentos por enseñar piano a las Sras. Shaio (dueñas de la fábrica) y a sus hijas. Llevabalas telas a unas buenascostureras que logró conseguir. Un amigo húngaro,Bandi Weisz, quien hacía correrías por el país para vender su propia mercancía, llevaba a papá con su mostrario a Manizales, Pereira, Armenia, etc. Papá no hablaba español, los dueños de almacenes llenaban los pedidos y a la vuelta, mamá se encargaba de todo lo demás. Las faldas gustaron mucho y se vendían bien. Me acuerdo de que mamá encontró un taller donde plisaban telas y sacó un nuevo modelo que tuvo gran éxito inclusive en Bogotá. Moris Kerpel y los Lempert fueron buenos clientes de papá, primero por querer ayudar y después porque de verdad las faldas gustaron. Mamá le pasaba al fin de mes una relación a papá de lo que ganaba y sé que muchas veces mejoró las cifras para levantarle el ánimo.

Recortes del diario El Espectador de programas de la Radio Nacional y una invitación del Instituto Cultural Colombo-Alemán.

Mamá mientras tanto daba clases a alumnas ya avanzadas con quienes llego a tener amistad y eso le hizo la vida más amable. Nos hicimosmiembros de la AIM, la comunidad judía de habla alemana y a travésde ellos se agrandó el círculo de amigos. Íbamos a todoslos conciertos, lleguéa cantar con el coro de la Coral Bach la Novena Sinfoníade Beethoven en el Colón, paseábamos por los alrededores de Bogotá, pero nada de eso alegrabaa papá. Mamá daba conciertos, tocaba muchas veces en la Radio, en ocasiones especiales en las embajadas de Checoslovaquia y de Alemania, acompañaba a cantantes israelíes y a músicos de la Orquesta Sinfónica, trabajaba también con cantantes colombianos. El Deutsche Buehne de Bogotápresentó una operetay mamá ensayó durante mesescon los cantantes y acompañó la obra al piano en el Teatro Colón. Decía la crítica que hizo sonar como toda una orquesta al destartalado piano que tenía el teatro en esa época. Daba clases de música en el Colegio Andino. Tuvo cuidado de invertir cada peso que sobraba en un negocio de relojes, que a la largaprodujo entre otras cosas para comprarse un carro en Alemania antes de regresara Hungría y que condujo Anyu personalmente desde la fábrica hasta Budapest con un permisode conducir todavíacaliente, pues acababa de aprender a manejar. También pudimos devolver a la HIAS, una organización de benevolencia judía que ayudaba a los emigrantes, el dinero que nos adelantó para los tiquetes del barco y avión en que llegamos a Colombia. Tanto esfuerzo y tanta angustia minaban la salud de mamá y al año de llegar se le presentó por primera vez el cáncer. El doctor Patiño la operó con éxito. Creo que eso fue lo que le dio a papá el motivo definitivo para resolver que iba a regresar a Hungría. Desde que emigramos sentía que era una carga para mamá y si a ella le pasaba algo ¿Qué iba a hacer él, sin trabajo,sin idioma y conmigo a cuestas? Tenía que apresurarse si quería encontrar su trabajo de vuelta, así que en noviembre de 1958 regresó a Hungría. Papá tenía entonces 56 años, mamá 49 y no sabían en cuanto tiempo se volverían a ver.


Moris y yo nos casamos el 7 de abril de 1962, mamá me dejó en buenas manos

Mamá no se daba por vencida; decía que se quedaba en Colombia hasta verme segura y encarrilada como profesional, o casada. No quería que yo regresara a Hungría. La partida de papá fue muy dolorosa, sin embargo, me obstiné en no demostrar la pena que sentía. Mi tía Judith se enfermó gravemente, pasó por innumerables cirugías y mamá fue su apoyo moral y físico. A pesar de todo, empecé a ser feliz. A mamá y a mí nos gustó Colombia: el paisaje, la gente, la comida, las frutas, la libertad, las posibilidades, el vivir en un país joven, donde todo estaba por hacerse,donde se sentíaun gran dinamismo, contrario a la lenta pesadez europea. Si bien no nos faltaba la petulancia cultural europea, era refrescante encontrar la curiosidad intelectual colombiana. A mamá le sentaba bien el clima, no volvió a tener ataques de asma. Hice parte de un grupo juvenil judío, paseé por el país, tuve muchos amigos. Me presenté en la Javeriana para estudiar medicina, fui aceptada, me fue bien en los estudios, pero me angustiaba ver a mamá sola. Empecé a buscar una solución, no sé si la mejor o la menos mala. Obtuve becas para estudiar en EE UU y en Viena y opté por la última, por la única razón de que iba a estar a cuatro horas en tren de Budapest. Pensé que mamá podría devolverse así con papá y eventualmente nos iríamos a ver con facilidad en un futuro. (Hungría todavía no daba pasaportes, pero viajes turísticos en grupo ya existían). La beca que recibí no cubría sino los estudios y en mi atolondramiento no pensé bien cómo iba a solucionar el resto. Lo único que tengo de disculpa eran mis 18 años. Mamá me dejo ir y seguí mis cursos de alemán en Viena. Hubiera podido pedirle ayuda a mi tía Judith, quien enviudó en 1959 y se fue a vivir a Nueva York, pero no se lo consulté. Así que de repente creé una situación peor a la existente: mamá sola en Bogotá, papá solo en Budapest y yo sola en Viena. Además,tenía un gran motivo de nostalgia: se llamaba Moris Goldstein. Regresé a Bogotá...


Me casé con él, un hombre bueno, quien ha sabido amar, cuidar y compartir, gran compañero y amigo. Trabajamos hombro a hombro, compartimos nuestra vida siempre juntos en las empresas que él creó. Tengo dos hijos maravillosos, Jack y Monica quienes son mi orgullo,mi alegría, mis amigos y ahora mi soporte; dignos eslabones en la cadena de nuestra historia. Monica, una joven profesional, hoy dedicada a su esposoMark Avinami y a sus pequeños hijos.Trabaja medio tiempo en marketing y como consejera en admisiones a universidades americanas. No sé cómo le alcanza el tiempo para todo, porque ante todo es la “Super Mamá”. Mark es un buen marido, un papa cariñoso y dedicado, nos llevamos muy bien, nuestra relación es de simpática camaredería. Tengo por ahora dos nietos adorables, Ethan y Tamara quienes son la esperanza y el futuro. Mi hijo Jack, economista y administrador de empresas, incansable trabajador, recién vendió una empresa de cultivo y de exportación de rosas. Por ahora se dedica a cuidar otra empresa familiar. Jack es responsable, generoso, y orgulloso conocedor y practicante de la religión judía


Ahora voy a hacer un paréntesis en el espacio y en el tiempo, pues deseo antes de terminar mi relato contarel regreso de mamá junto a papá.


Unas seis semanas antes de nuestro matrimonio pidió su pasaporte y permiso de regresar a Hungría en el consulado más cercano, en Sao Paolo, Brasil. Al salir de Hungría perdimos la nacionalidad, no nos otorgaron pasaporte sino un documento de viaje. La espera fue angustiosa, porqueel límite para no perdertodos los derechos, como por ejemplo sueldo de jubilación y seguros de salud, era una ausencia máxima de cinco años y esa fecha de junio de 1962 se acercaba peligrosamente. Los papeles nada que llegaban. Mis padres de vuelta en Hungría en el monte Gellért.


Papá recibiendo el diploma de Oro y el artículo en un pe- riódico que hace referencia a ello.

Mamá desesperada, fue buscar a Silvia Moskowits, cuyos padres vivíanen Río de Janeiro, a ver si podían ayudar.Por ellos supimosque la embajada se trasladó de Sao Paolo a Río y en esas se perdieron los documentos de petición y había que volver a empezar de cero. La espera duró semanas, así que mamá llegó dos días más tarde del límite y efectivamente perdió todos sus derechos. Graciasa la ayuda de la directora de la Enseñanza Superior de Música, Vera Irsai y otras palancas, se le concedió a mamá algo especial, casi una ley a nombrepropio; además, el permiso para poder enseñar de nuevo. Quedaban todavía unos años para que papá y mamá pudieran gozar la vida juntos. Se reencontraron después de cuatro años y retomaron sus vidas como si nunca se hubiesen separado. Siempre me llamó la atención su capacidadpara mostrar el amor que sintieron el uno por el otro, cogerse de la mano o darse un beso porque sí, las flores que llegaban para ciertas fechasespeciales, las poesíasque papá le escribía a mamá, aún después de su muerte.Vinieron a Colombiatres veces; cuandonacieron nuestros hijos y en 1976 estando mamá enferma. Pensé que tal vez aquí se podía hacer algo por ella que en Hungría no supieran.


El título es “Encuentro con un hombre felíz”, yo lo habría titulado, con un hombre pleno.

Desgraciadamente tantos años de asma le minaron su condición pulmonar y no fue posible someterla a la cirugía que pudo haberle salvado la vida. Papá vino una vez más de visita con los primos Garay, en 1978. Moris cumplió su promesa de dejarme ir a visitarlos, de llevarles los nietos cada verano hasta que en 1976 mamá murió. Dos años después papá vendió a Csili; siguió trabajando hasta los 85 años y vivió otros diez. Tuvo la alegría de recibir no sólo su Diploma de Oro y de Diamante, el de Rubí que está reservado para los que se graduaron setenta años atrás. Jack y Mónica lo visitaban cada vez que podían yo tampoco falté. Mi tío Laci murió en 1975, Bela en 1996, mi tía Judith en 1998, Ila en el 2001.


Si miro hacia atrás, veopasar a través suyo la historia de un siglo cruel: la primera guerra mundial, la crisis económica delos años 28al 30, lasegunda guerra mundial, el Holocausto, el comunismo, la Revolución de 1956, la emigración y regresar para empezar otra vez de nuevo. Que espíritu de lucha, fortaleza, ganas de vivir… ¡ Y cuanto amor!


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