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Autocracia y playboys (II)



Por Harry Adler

Numerosos historiadores y sicólogos, dentro de los cuales sobresale su sobrina Mary Trump, han señalado que unos de los aspectos más influyentes en el comportamiento del expresidente son su fobia por la cobardía, o por lucir perdedor. Mary Trump es PhD en sicología clínica, y autora del libro “Too Much and Never Enough.”


Estas fobias habrían de constituirse en el Florero de Llorente con respecto al deterioro de su relación con el señor Mark Esper, su Secretario de Defensa desde julio del 2019, y quien finalmente sería despedido en noviembre 9 del 2020. Es llamativa la fecha del despido, justo después de conocerse el resultado de las elecciones.


Retomando el libro de Jonathan Karl, cuenta el autor que, a raíz de la muerte de ese ciudadano afroamericano bajo las rodillas de un policía a finales de mayo, la situación de orden público llevó al presidente a refugiarse en el búnker de la Casa Blanca. Pero que, más que por la violencia, el presidente estaba ofuscado porque el episodio se había filtrado, y mucho más aún porque dijeron que lucía asustado. En efecto, en un medio apareció que,


“Big tough guy hid in the basement, then came out and told everyone how not scared he was.”


Para unir al país, escribe Karl, la situación clamaba por un liderazgo enérgico, pero a la vez compasivo. Pero que el presidente se llenó de retórica, y le echٕó gasolina al fuego. Con su “megáfono preferido,” tuiteó una vieja frase que no era de su autoría:


“Cuanto empieza el saqueo, empieza el tiroteo.”

Hacía varios meses que el ministro de defensa estaba en la mira de Johnny McEntee, el de la Oficina de Personal. Hasta el punto que desde ese entonces este ya le había expresado al coronel retirado Christopher Miller su eventual nombramiento para esa cartera, como efectivamente ocurrió. El efímero, pero tormentoso paso del coronel por el ministerio, podría ocupar un capítulo aparte.


Cuenta en el libro que uno de los jóvenes reclutados por McEntee, quien se había ganado un buen número de enemigos por sus intimidaciones a altos funcionarios durante su paso por el departamento de Seguridad Nacional, había manifestado al posesionarse del cargo,


“I am going to the Pentagon to fire Esper and all those deep-state bastards.”


Como solía ocurrir en esa administración, la salida de Esper no resultó particularmente elegante. Aparece en el libro que cuando el coronel Miller fue llamado de urgencia a la Casa Blanca para su nombramiento como Secretario de Defensa Encargado, fue recibido en la oficina de McEntee, quien le manifestó,


“Vamos a la Oficina Oval porque vamos a despedir a Esper, y usted es nuestro próximo hombre.”


Acto seguido, lo llevó ante el presidente, quien le manifestó,


“Voy a despedir a Esper. Es hora de que se vaya.”


Cuenta que McEntee se sentía realizado con el poder que había alcanzado. Tan pronto nombró a otro militar veterano -asiduo invitado a la cadena de noticias Fox- como asesor senior, le pasó un papel con instrucciones escritas a mano, dirigida a los miembros del equipo en el Pentágono:


“1) Sacarnos de Afganistán; 2) Sacarnos de Siria e Iraq; 3) Completar la retirada de Alemania;

4) Sacarnos de Africa”


“Eso es lo que quiere el presidente,” le comunicó.


A todas esas, de acuerdo con el libro, Esper no estaba enterado de su despido. Se lee que una vez el nuevo ministro salió de la Casa Blanca, recibió una a llamada en la cual se le comunicaba que el presidente iba a anunciar su despido, de lo cual se enteró cinco minutos más tarde por medio de un par de tuits. Instantes más tarde, le entregaron la carta de despido, con la instrucción de desocupar lo más pronto posible.


Siguiendo el recuento, Esper -a quien a veces llamaban Yesper- fue uno de los pocos funcionarios que alguna vez se atrevió a manifestarse en desacuerdo con el presidente.


Sucedió en referencia a la prohibición que él había hecho de utilizar la bandera confederada en las bases militares, y al reintegro de un coronel que había declarado en el “impeachment,” en cuanto a la demora en la entrega del armamento destinado a Ucrania.


Cuenta en el libro que, a raíz de la escena del búnker, el presidente estaba decidido a hacer una clara demostración de fuerza, y transformarse en un presidente de guerra. Después de tuitear acerca de la necesidad de enviar el ejército a restaurar el orden, citó de urgencia a Esper, al Jefe del Estado Mayor Conjunto y al Fiscal General, exigiéndoles el despliegue inmediato de 10.000 militares activos.


Igualmente, que le aconsejaron que sería un grave error desplegar elementos entrenados para la lucha contra enemigos foráneos. Además, que sería necesario invocar el Acta de Insurrección de 1807 para enfrentar rebeliones, utilizada muy raramente. Le aseguraron eso sí que podían suministrar toda la fuerza policial necesaria.


Pero que para el presidente todo eso era un signo de debilidad, y lo que se requería era un despliegue masivo de fuerza, lo más grande posible. Insultó de paso a los gobernadores, tildándoles de débiles. Les advirtió que si no eran capaces de controlar sus ciudades, el lo haría por ellos.


“You got to have total domination. If you don´t dominate you are wasting your time….You are going to look like a bunch of jerks…It has happened many times, and the only time it is successful is when you are weak, and most of you are weak.”


En opinión de Karl, a partir de ese momento, Esper se vio embarcado en un trabajo inusual para un ministro de defensa: evitar a toda costa que el comandante en jefe emitiese una orden que podría perjudicar gravemente a las fuerzas militares, y a todo el país.


Decidió crearle al presidente la ilusión de un despliegue militar, mediante movimientos inocuos de tropa. Al igual que otros en su entorno, escribe, entendió que debía tratar al presidente como a un adolescente con tendencias de autodestrucción.


“Estaba desplegando tropas con el único fin de apaciguar los requerimientos peligrosos y dictatoriales de su comandante en jefe.”


Con los alrededores llenos de manifestantes y en medio de un fuerte despliegue policial, en junio 1, la noche de la biblia y la catedral, se produjo en la Casa Blanca un pronunciamiento por parte del presidente, por medio del cual se declaró el presidente de la ley y el orden.


“Si alguna ciudad se niega a tomar las medidas necesarias para defender la vida y la propiedad, desplegaré el ejército para resolver el problema por ellos.”


Escribe Karl que, mientras tanto, los manifestantes eran golpeados y perseguidos por policías a caballo. No había invocado el acta de insurrección, pero advertía que había desplegado miles y miles de soldados fuertemente armados en su lucha contra el vandalismo.


“La escena se parecía a la de una dictadura,” se lee en el libro.


Con su familia, y su plana mayor, emprendió la marcha a la catedral una vez que el camino fue despejado.


“No dijo nada. El único propósito fue tomarse la foto, dominando el área donde minutos antes estaban los manifestantes. Posó para la foto más absurda en la historia de un presidente de los Estados Unidos. Sostuvo la biblia como si fuera un objeto extraño. Nunca he visto a nadie alzar la biblia como lo hizo el presidente, todoy enfrente de la catedral.”


“No leyó ningún pasaje de la biblia. Ni siquiera la abrió. Se trataba de demostrar su poder para dispersar a los manifestantes. Se trataba de demostrar que era un hombre fuerte, no un bunker bitch.”


El día siguiente, consciente de que habría de costarle el puesto, Esper manifestó en una conferencia de prensa su desacuerdo por la invocación de esa acta. El presidente se puso lívido, y le gritó a su ministro que él no tenía la autoridad para pronunciarse sobre el tema. La respuesta de Esper fue que se había limitado a decir lo que le venía advirtiendo hace tiempo, que esa orden era un error.


A partir de ese momento, continúa el relato, acudiría a todo a su alcance para mantener el puesto, pero con el solo objetivo de prevenir que los militares, “con sus rifles y bayonetas,” fuesen lanzados contra los ciudadanos.


Para terminar este recuento, cabe mencionar que previo a la elección, el ministro ya se mostraba preocupado a raíz de señales por parte del presidente para que el Pentágono hiciera algún movimiento dramático en beneficio de su campaña, aludiendo a sus tropas en Somalia, en Afganistán, en Alemania, en Corea del Sur. Inclusive a golpes en Venezuela e Irán, al cual “convertiría en un parqueadero.”



 

Harry Adler


Ingeniero Industrial de la Universidad de los Andes, MBA de la Universidad de Stanford. Empresario independiente como socio y gerente general de las firmas comercializadoras "Socodi" y "Argenti." durante 25 años. Asesor en inversiones internacionales, columnista sobre temas financieros, conferencista hadler@stanfordalumni.org

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