Cambiando al mundo. ¿Por qué nos gusta quejarnos?
Por el rabino Isaact Sitti
La queja es placentera, es un elemento que difícilmente está fuera de nuestras conversaciones. Nos podemos quejar de nuestra familia, amigos, comunidad, el gobierno o el mesero que nos trajo el café frío o la comida equivocada. Pero, ¿cuál es el origen de este fenómeno? ¿Qué es lo que hay dentro de nosotros que nos lleva a hacerlo?
no solo es la comodidad de no tener que ocuparme, sino que el acto de quejarse da una sensación de que ya estoy haciendo algo para solucionarlo; no soy indiferente, me importan las cosas que pasan en el mundo, y por eso señalo las situaciones y a los culpables.
En esencia, lo que la queja provoca es pensar que la causa de los problemas está en factores externos, nos dice que la respuesta a ellos no está en nuestras manos, pues si lo estuviera lo ideal sería ocuparme y tratar de resolverlos. Al lanzar hacia afuera la responsabilidad de los problemas, mi mundo interno encuentra paz y comodidad: es cierto que las cosas andan mal, pero no puedo hacer nada por resolverlas.
Sin embargo, creo que hay más, no solo es la comodidad de no tener que ocuparme, sino que el acto de quejarse da una sensación de que ya estoy haciendo algo para solucionarlo; no soy indiferente, me importan las cosas que pasan en el mundo, y por eso señalo las situaciones y a los culpables. Es decir, hablar me da un sentimiento de integridad moral, de ser una buena persona que cumple con su deber al señalar los problemas, y eso brinda placer y tranquilidad pues somos parte de quienes desean mejorar este mundo.
No dudo que en muchas ocasiones es verdad que cada uno de nosotros no podemos resolver las cosas o mejorarlas. Sin embargo, creo que convertir la queja en una parte integral de nuestra reacción ante la vida, provoca que nos sentimos tan que cada vez se aumentará el número de cosas por las que dejamos de luchar y simplemente nos lamentaremos por su estado. Porque, seamos honestos, es mucho más fácil señalar que resolver. Para qué luchar por un mundo mejor, desgastarme y sacrificarme, si puedo sentirme buena persona con tan solo quejarme.
El resultado de lo anterior, es que el mundo va perdiendo a sus más fieles soldados, a esos individuos que no quieren conformarse y aceptar que las cosas están mal, a aquellos que todavía tienen esperanza en que puede haber un cambio. Si ellos no van a luchar, ¿quién lo hará?
El judaísmo no está construido bajo la idea de que los discursos poderosos cambian a la humanidad, si buscamos en la historia, son pocos los líderes judíos que dieron discursos inspiradores. El judaísmo en su esencia cree que son las acciones las que transforman al ser humano y al mundo, es por eso que las Mitzvot en su absoluta mayoría consisten en acciones y no en palabras.
La decisión está en nuestras manos, podemos cambiar al mundo y llenar nuestros corazones de esperanza o podemos dejarlo como está. Pero si realmente queremos hacer una diferencia, no seamos víctimas de la ilusión que brinda quejarnos, es mucho más sano asumir la verdad, que vivir en el engaño de estar haciendo algo para generar una transformación.
Y tú, ¿cuál de tus quejas quieres convertir en acción?
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