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Vencí el tabú y leí “Mein Kampf”

Actualizado: 3 jun 2023



Por Jack Goldstein

Si, finalmente me puse a la tarea y lo logré. Considero que era una obligación hacerlo para entender mejor nuestra historia y nunca más subestimar al enemigo. Tardé en hacerlo. También, aproveché la pasada Feria del Libro para comprarme otros clásicos nunca leídos como El Capital de Marx, y Así Habló Zaratustra de Nietzsche. Estoy seguro que en un futuro cercano me serán terapéuticos para después de cualquier jornada laboral en esta desdibujada Colombia Humana.


Ahí estaba todo masticadito, pero nadie reaccionó ni creyó factible que más que un ensayo, se trataba de una confesión a.priori del más grande crimen jamás cometido.

Me contaba un amigo que la Confederación de Comunidades Judías de Colombia había logrado recientemente que La Panamericana dejara de vender Mi Lucha, pero en Corferias esta librería era apenas uno de muchos stands que exhibían en posición preferente el libro de Hitler. Considero de doble filo el tema de prohibir textos o la expresión de ideas, aun cuando sean malucas. Pero confieso que mi mente liberal suele llevarme a considerar que ciertos lujos de la democracia, como leer ese escrito, deberían ser reservados para ciertos ciudadanos: ¡los responsables y refinados como uno! Algo así como lo que fueron los derechos al voto hace cosa de un siglo cuando únicamente sufragaban los varones, diplomados, billetudos y terratenientes de rancio abolengo… En fin, odiosidades que a veces me permito. Lo que quiero decir con esto es que Mein Kampf es justamente el tipo de libro que me seduce leer, que leo con gran interés histórico y analítico, pero que no me gustaría que cayera en manos de esas masas ingenuas, mamertas y débiles por que trae veneno que mata, o mejor, que hace matar, literalmente.


El libro es peor de lo que imaginaba. Parte de ello se debe a la crudeza de su lenguaje ya que, además, no es nada críptico. Había leído varias veces que es un libro mal escrito, pero no comparto esa apreciación. Creo que con eso se trata de desvirtuar rápidamente su contenido. Claramente no es un libro académico ni científico; es un magnífico manual de procedimiento, el perfecto preámbulo a la Shoá. Hitler hace un análisis agudo de muchas circunstancias históricas que a menudo comparto. Pero con igual frecuencia brinca a conclusiones preconcebidas donde deja expuestos sus odios viscerales. No logro entender dónde o cómo la raza -que ni la sabe definir- se convierte en factor fundamental de una nación, ni por qué la suya es mejor que las demás. Espanta leer la facilidad con la que juzga a grupos humanos, homogenizándolos al mejor estilo de lo que la izquierda “wokiana” actual trata a la política indentataria. En este libro, el individuo queda desvirtuado. Los judíos somos una masa uniforme, conspirativa, bien coordinada, que funciona rítmicamente para subvertir a todas las sociedades. Somos marxistas y a la vez dueños de la banca. Somos la escoria patológica que infecta las naciones, somos parásitos, pero a la vez somos dueños y representantes de todas las manifestaciones culturales a pesar de no tener la nuestra propia. Somos los dueños de toda la prensa, somos los camaleones que en cada país sabemos explotar sus debilidades según las particularidades de cada uno. La “Lucha” de Hitler no es más que pseudo-ciencia barata, una que salió muy cara.


La sabiduría que otorga digerirlo 100 años después de haber sido escrito y 78 años después del terrible final de La Guerra me deja con el triste sabor de saber que más que un panfleto, es un código de instrucciones de lo que se venía. A Mein Kampf solo le hizo falta definir quién es judío, en qué campos debían concentrarnos y con qué métodos exterminarnos. Si Mein Kampf hace las veces de ser el primer evangelio nazi, los memorandos de la Conferencia de Wansee son su segundo evangelio, con lo que se completa la obra sagrada del nacionalsocialismo: Un manual paso a paso al genocidio. Por lo demás, ese libro de 1924 lo tenía todo, quince años antes de comenzar La Guerra. De manera clara, el autor habla de la necesidad de tener un Fuhrer, de mermarle poderes al régimen parlamentario, de uniformar al pueblo, de tener una guardia paramilitar propia, de generar miedo exaltando el fanatismo y la intolerancia, de creer en la superioridad racial odiando a todo lo diferente. Dice, sin vergüenza alguna, que aspira a reunificarse con Austria, invadir Polonia, hacerse a esa Rusia que antes de que los judíos marxistas se tomaran el poder estaba dominada por alemanes buenos y productivos, y remata queriendo conquistar Francia. Hitler habla de demagogia y manejo de masas, de aplicar la eutanasia a los débiles y eliminar a esos parásitos. Dice que los judíos no tendremos más la capacidad de salvarnos por medio del bautizo; que vengará la humillación que nuestra supuesta traición le trajo a Alemania tras su derrota en la Gran Guerra; dice que somos sus enemigos mortales.


Ahí estaba todo masticadito, pero nadie reaccionó ni creyó factible que más que un ensayo, se trataba de una confesión a-priori del más grande crimen jamás cometido.

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