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Hoy recordamos...

Actualizado: hace 4 días

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Por Jack Goldstein

Hoy recordamos a 1.200 víctimas que cayeron hace 2 años. Recordamos a quienes regresaron del infierno y a quienes tuvimos que recibir en cajones. Recordamos y esperamos a los 48 secuestrados que deben regresar inmediatamente para reunirse con sus seres queridos o ser enterrados con todos los honores. Hoy rezamos también por las almas de esos 1.152 soldados que cayeron luchando por rescatarlos y protegernos durante ese fatídico 7 de octubre y desde entonces. Su sacrificio es otra prueba de que en Gaza no hay genocidio y de qué contamos con una generación de valientes a quienes habíamos subestimado. Benditos sean todos.


Es también hoy un día para ensalzar a cada amigo o espontáneo que, sin ser parte del pueblo judío, ha alzado su voz para expresar su dolor y apoyo; a todos aquellos que han aportado, marchado, escrito, debatido y arriesgando su status por defender la justa causa que nos ha llevado a enfrentar una guerra cruel y difícilmente entendida por las mayorías. La batalla en redes no se puede ganar, por simple juego de números, pero tampoco la podemos ignorar. Muchas moralejas quedan y sobre ellas debemos actuar. Llevamos milenios tratando de explicar nuestra causa, con argumentos, datos, documentos. Pero esa guerra nos la pelean hoy con imágenes que duran escasos segundos y que a menudo carecen de contenido verificable. Apuesto a que la mayoría de nuestros aliados son hoy personas que nos defienden por fidelidad a sus pasiones religiosas y no tanto con los argumentos históricos o legales que tenemos. Frágil situación en la que nos encontramos.


Corresponde también recordar y arrumar en algún rincón de la ignominia a aquellos que ya no son amigos: Aquellos con quienes apenas días antes del horrible 7 de octubre compartíamos felizmente y luego simplemente brillaron por su ausencia; quienes, además, se unieron a ese ejército de tweeteros, retweeteros y like-adores esparciendo irresponsablemente un odio que no tenían o que supieron escondernos por largos años. Muchos de ellos son ignorantes del tema, pero rápidamente optaron por subirse a la ola del odio en vez de tomarse un café y conversar. Son ellos hoy adalides del “virtue signaling” e inflan sus pechos al ver su ego reflejado en el espejo de las vanidades. Ese 7 fue un exorcismo que dio rienda libre a ese pequeño gran antisemita que tantos llevan latente.


Lugar especial merecen aquellos hermanos que, por presión de grupo o afán a seguir “perteneciendo” a sus esferas “ilustradas” cayeron en la trampa de despacharse en contra de su pueblo, vil o cobardemente, esos que se “cansaron de defender a Israel”. En la infamia quedan aquellos pocos que también jugaron a pasarse por judíos, sin serlo, para ocupar espacios públicos, vomitar su odio y así darle supuesta tarima moral a la causa antisemita.


Uno de los principios fundamentales del judaísmo es Tikun Olam. Mientras pueda y como pueda, seguiré trabajando por esa causa. Pero me atrevo a pensar que, entre muchas comunidades más liberales, ese concepto ha sido usado como licencia para congraciarse dentro de sus sociedades occidentales. Así es como confunden conceptos y prioridades y terminan traicionando a su pueblo con argumentos falaces y retorcidos.  Bienvenidos los debates internos, la autocrítica y los juicios cuando correctamente correspondan. Dudo que haya otro pueblo que sepa discutir y criticarse más que el nuestro. Igualmente, dudo que haya otro pueblo que con tanta intensidad y regularidad deba afrontar riesgos existenciales. Tikun Olam también implica entender que en este mundo existe la maldad, y la maldad no está para apaciguarla o "entenderla" sino para derrotarla. Por otro lado, bienvenidos y celebrados aquellos judíos marginales para quienes el 7 de octubre sirvió de campanazo de alerta y hoy son orgullosos judíos sionistas.


Hace dos años menos un día, un 8 de octubre, cuando vi las hordas envenenadas clamando por más sangre judía en las calles de las grandes ciudades y en los campus de las mejores universidades, usando pancartas y banderas que no se habían improvisado sino que reflejaban un sincronizado acto de antisemitismo premeditado que se cocinaba de antes de la tragedia; cuando vi a los mamertos del mundo querer despedazar la legitimidad del Estado de Israel; cuando mi celular no sonó con las llamadas que esperé recibir de amigos; ese día comprendí que lo que se venía sería grande y aterrador.


Aposté (y testigos tengo) que esta sería una guerra que duraría al menos dos años y que estábamos entrando en un capítulo nuevo de nuestra larga y amarga historia. Supe entonces que no pasábamos de página, sino que retrocedíamos a la más conocida de todas. El romance de 70 años, casi que excepcional en nuestra milenaria historia, había llegado a su final.


La academia y el periodismo entrarían entonces en una fase de odio visceral (salvo contadas excepciones); las nuevas generaciones se distanciarían marcadamente de sus padres empalagándose con fervor posmodernista, neocomunista y woke. Asumí que los grandes líderes en Europa y otros variopintos del trópico bananero se tornarían en contra nuestra, pero no imaginé que en Macondo tuviéramos el deshonor de contar con el peor vocero mundial de este cáncer. Nuestro presidente sembró el antisemitismo en Colombia, un mal del que en este bello país nunca habíamos sufrido. Temo que esa semilla germine y crezca. En dos años, son varios miles los tweets que Petro y sus secuaces han publicado.  Hoy es bandera de muchos ministros, senadores y funcionarios, varios de ellos aspirando a cargos muy importantes en las próximas elecciones. El odio hacia Israel, oportunista o genuino, es el factor que los aglutina y que enardece a la Primera Línea que ya comienza a señalarnos. Y no, no me refiero a simples votos por la paz en Palestina, al derecho de los Palestinos a tener su estado, o legítimas críticas a Israel: Me refiero a decididas manifestaciones de odio, banalización del Holocausto, deslegitimación del derecho a la defensa y al derecho a la existencia de Israel, el boicot a empresas de judíos y llamados a la guerra contra Israel. No hay ya pudor en exhibir ese odio. Su bandera pretende reunir a un menjurje de sindicatos, ONGs, causas ecológicas o de género que nada tienen que ver con el conflicto y que posando en cámara, además de verse ridículas, también son alarmantes. Quedarnos tranquilos no deja de ser "wishful thinking".


Hoy hacemos votos por una paz justa y duradera (No como la que nos embutieron gaznate adentro en Colombia y que ha probado ser ineficaz). Sabemos que para el resto de nuestros días tendremos que ser más prudentes en las calles y redes sociales. Le decimos adiós a varios hermanos que optaron por cercenarse del pueblo y de nuestro futuro común, filtramos relaciones pasadas y nos resignaremos a círculos sociales reducidos. Afrontamos desde ya grandes riesgos generacionales, a pocos años vista, en las elecciones de nuestro más cercano aliado. Es nuestra obligación recordar la historia y saber que siempre nos fue peor donde en la víspera lo teníamos mejor: Ayer fue Egipto, Babilonia, Alejandría, Castilla y Navarra, Alemania, Hungría; hoy suena tic-tac en Reino Unido, España, Francia, Australia, Cananda, Irlanda, Colombia y en los mismos Estados Unidos. Irónicamente, hoy parecen mejor opción países como Hungría, Polonia o Austria. También están Panamá, Paraguay, Singapur, Fiji; va y encuentro par opciones más. Irónicamente también, Israel luce como gran alternativa para encontrar futuro y seguridad. Algunos buscarán en la asimilación su salvación, pero olvidan o le apuestan a que esos capítulos pasados fueron apenas unos glitches en la matrix que no se repetirán. Exitos les deseo, pero a eso no le apuesto. Quienes hoy contamos el cuento es porque nuestros antepasados supieron estar a la vanguardia de las dificultadas y con plan B, como fue el caso de mi la familia de mi papá. La colección de azares que salvó a algunos de la familia de mi mamá no será mi Plan B.


El 7 de octubre nos forzó a despertarnos de la modorra y la soberbia en la que estábamos. El 7 nos obligó a dejar en segundo plano las rencillas políticas que nos tenían debilitados y fragmentados. Al enemigo no se le debe menospreciar. Hezbola e Irán quedaron mermados en tan solo unos pocos días de guerra y asumiendo muy pocas bajas, pero Gaza ya cumplió dos años de horrores y su futuro sigue incierto. El 7 de octubre también enseñó a muchos en la izquierda israelí eso mismo: que al enemigo no se le puede confiar, y que los vecinos no comparten los mismos valores.


Hoy la tribu afronta tribulaciones existenciales. La unidad cobra más valor, las prioridades deben sernos claras y las mezquindades deben pasar a un plano menor. Ese narcisismo de pequeñas diferencias tiene que desaparecer. Despelucarnos por el afán de ser populares no hace sentido ni debe ser prioridad. Que "ojo que actuando así Israel se aisla del mundo", ese es un precio a pagar que era obvio desde el momento en que nos atacaron y que tuvimos que responder. No estamos en reinados de belleza sino en guerra por la supervivencia.


Hoy es adecuado hacer un llamado a permanecer alertas y unidos. Recordemos tantos capítulos complicados de nuestra historia para entender en qué momento y por qué razones en unos casos salimos victoriosos y en otros pagamos caro nuestras decisiones… y trabajemos para poder seguir avante escribiendo otro capítulo de nuestra admirable historia y de la capacidad de sobreponernos a los retos.

1 comentario


Felipe Cusnir
Felipe Cusnir
hace 4 días

Excelente artículo, mi querido Jack. Esta guerra ha sido extremadamente costosa para nosotros y, como bien usted lo escribe, “no estamos en reinados de belleza, sino en una guerra por la supervivencia”. En todo caso, espero que esta guerra llegue pronto a su fin; sea como sea, Hamás va a clamar victoria, pero lo importante es que, después de estos dos largos años, quienes vivimos en Israel tengamos algo de tranquilidad.


Un abrazo,


Felipe


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Radanita (en hebreo, Radhani, רדהני) es el nombre dado a los viajeros y mercaderes judíos que dominaron el comercio entre cristianos y musulmanes entre los siglos VII al XI. La red comercial cubría la mayor parte de Europa, África del Norte, Cercano Oriente, Asia Central, parte de la India y de China. Trascendiendo en el tiempo y el espacio, los radanitas sirvieron de puente cultural entre mundos en conflicto donde pudieron moverse con facilidad, pero fueron criticados por muchos.

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