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Ibis y Camilo, larga ilusión



Del libro "Amores bajo Fuego" de Martín Cruz

El amor es una linda ilusión que nos lleva a soñar con nuestro ser amado, es un rico mareíto que nos transporta al cielo, que nos hace inmortales porque hemos alcanzado el universo y el punto más alto de la felicidad… Aunque no todas las veces logramos el placer, acariciamos apenas la dicha fugaz y luego sin darnos cuenta caemos al vacío, es una larga ilusión que nos hace despertar del solsticio del amor.


Camilo, salió de su frente guerrillero más o menos en el inicio de 1981. Tenía 20 años. Hijo de la guerra, del final de los años 1960. Su familia estuvo involucrada en el surgimiento de las FARC. La violencia política lo encontró desde sus primeros años de vida. Ya en la guerrilla ascendió al mando, en algún momento fue relevado de jefe del frente. Viajó a la sede del Secretariado por el cañón del Duda sobre las estribaciones de la cordillera oriental. Enormes cerros forman en sus picos rocosos las más altas cumbres sobre los Andes, hasta ahí va nuestra mirada. Lo demás es infinito, son nubes blancas y grises más allá de los enormes peñascos de los imponentes Andes. Allí viví algunos años de mi adolescencia: nos cuenta Camilo. Es una geografía muy bella. En estas agrestes latitudes inicié mi formación revolucionaria, cuenta hoy sumergido en el proceso de paz. La decisión más importante tomada en toda nuestra lucha clandestina. Camilo nos recuerda un poco los acontecimientos:


—Ahí sobre una alta planicie en la cumbre de un cerro, en un campamento del extinto Secretariado de las FARC-EP, conocido como La Caucha, allí funcionaba nuestra dirección nacional. Acá vivían todo los ‘cuchos’ como cariñosamente les llamábamos, menos, nuestro comandante Manuel Marulanda. Él tenía su campamento sobre la falda en la montaña, por el camino para la Escuela Nacional, “Hernando González Acosta”. Ahí estuve varios meses, dedicado a las labores normales de todo guerrillero: guardia, descubiertas, trabajo en la huerta de Jacobo Arenas, cocinar, limpieza de potreros, encerrar los terneros, ordeñar vacas, aseo del campamento.


Estando un día en ese sitio hicieron una fiesta. Llegó la familia del señor Gómez, que vivía en el Alto Duda. Llegaron, doña Rosalba, con sus hijas, Aurora la menor y la mayor, Ibis. Toda la familia entró a la sala y se reunieron con los de la casa, incluido Jacobo Arenas. Yo estaba afuera sentado en una piedra que había en el patio. Al rato, se abrió la puerta y apareció una muchacha. Muy bonita, de ojos verdes, alta, con una chaqueta negra y un gorro de lana atascado en la cabeza para soportar el frío. Muy elegante la vi y con delicados modales. Me impresionó, me cayó muy bien por su educación y amabilidad. Me saludó:


—¿Cómo te llamas?


Sin pensar mucho, le dije:


—¡Camilo!– De inmediato sin perder tiempo le pregunté:


—¿Y usted?


—Yo, Ibis.


Al rato salió alguien a llamarla para que pasara a la mesa. Le contestó:


—Yo no quiero comida, estoy indispuesta, mejor me quedo acá hablando con Camilo.


Éramos un poco un poco mayorcitos en ese momento. Yo las había conocido unos cuatro o seis años atrás y estábamos más jóvenes, cuando habíamos entrado con mi padre a esta región, en el año 1975, incluso hasta vi a las hijas de Jacobo Arenas. Nos vimos creo que en la casa del señor Gómez.


—¿Cuándo se van?– Le pregunté.


—Pasado mañana. Vine a despedirme de Jacobo Arenas.


— ¿Cómo así que a despedirse y para dónde se va?


—Es que mis padres están haciendo gestiones para enviarme a estudiar medicina a la Unión Soviética.


—Me parece fabuloso, Ibis ¡Pero está al otro lado del océano!


—Sí, lo sé– me respondió ella.


—¿Cuánto tiempo dura la carrera de medicina, Ibis?


—Seis años, me contestó


—¿Cuántos años tiene?


—17


—O sea que regresas de 24 años. Es mucho tiempo, mujer.


—El tiempo se va rápido Camilo.


Hablamos tres horas, de ella y de mí. Nos reíamos. No aguanté más y le dije:


—Ibis, quiero que seas mi novia. Ella me miró entre las sombras, escudriñando mis intenciones y con un no, me puso en mi sitio:


—No, Camilo, los guerrilleros por donde caminan, van dejando novias. Viven de paseo con el amor.


—No tengo novia– le aclaré—Yo la espero hasta que regrese de estos seis largos años. Se sonrió y me miró despectivamente.


—Creo que se burlaba de mí—. Me dejó en el limbo.


—Mañana le digo– me dijo. Déjame consultar con la almohada. Nos hablamos mañana antes de irme. Le dije,


—A mí me toca la avanzada y llego al mediodía—


—Tranquilo, yo paso a su caleta y hablamos a la una de la tarde.


Esa noche fue de grandes ilusiones, esperando una respuesta. A las 12 del día, estaba yo almorzando en mi rancho guerrillero cuando llegó ella. Radiante y bella como siempre. De una me dijo: tengo la respuesta. Y fue la siguiente. Yo temblaba del miedo que me dijera no. Hasta el apetito se me quitó. Puse mi vajilla a un lado. Mis ansias eran su respuesta. Por un momento me sentí el más afortunado y sí que lo era.


—¡La respuesta es no! ¡Mentiras sí!


Quise mirarla y me dio un beso en la mejilla. Me llevé las manos a la cara y vi mi estrella iluminada. Era ella, y respiraba junto a mí. Yo solo sabía de la felicidad que sentí. La magia del amor endulza una alma enamorada. Era una mujer muy bella. Merecía toda la atención de cualquier hombre. Y yo era el elegido por ella.


Me sentí morir de la emoción. Me llené de valor y le di un beso en los labios. Me dio el mareo rico del amor. Pensaba en cómo nos comunicaríamos.


—Solo tengo una pregunta, ¿cómo nos escribiremos, Ibis?

—Sencillo– dijo ella, quien siempre tenía las soluciones a mis inquietudes– Yo soy muy amiga de Jacobo Arenas, me conoce desde que era apenas una bebé. Llegó la hora de apoyarme en esa amistad.


—Yo le digo que somos novios y a través de sus hijos que están estudiando allá, nos podemos escribir. La verdad, le dije:


—Suena muy romántico. Pero, mi vida, no creo que un camarada como él, tan ocupado, se ponga en esas cosas tan personales. Le insistí—No le diga nada, Ibis, qué pena. Me subió un poco el tono de voz y me reiteró:


—Déjame actuar, Camilo. Yo sé cómo hago las cosas. A la hora me mandó a llamar Jacobo Arenas. Estaba más asustado que mordido de culebra. Entré a la oficina. Todos se quedaron en silencio. Lo que aumentó mis nervios. Estar al frente de semejante cuadro comunista, y para estas cosas, no resultaba nada divertido:


—Buenas tardes– saludé. Vaya sorpresa, estaban Jacobo Arenas, doña Rosalba, la mamá de Ibis y ella acostada en una hamaca. Sonreía y yo súper aterrado.


—Siga, Camilo– dijo el camarada Jacobo– Salude a su suegra. La saludé. Me sentía emboscado. Continuó Jacobo.


—Ustedes son novios, nos acaba de contar la enamorada. Y me pide ella que se puedan escribir a través de mío.


Quise intervenir, pero me dijo:


—Déjame terminar Camilo. Ella se va a estudiar seis años. Yo les puedo ayudar con las cartas si doña Rosalba me autoriza.


Contestó su mamá:


—Yo no veo problema, siempre que todo sea con respeto y decencia– añadió ella: Esas son calenturas de jóvenes, a lo mejor están equivocados.


—¡Listo! haré de cartero con mucho gusto.


Yo estaba contento, aunque la sola presencia de Jacobo Arenas era apabullante le agradecí este importante gesto tan humano.


Luego nos retiramos y conversamos hasta la saciedad, en medio de promesas, sin imaginar que la vida y el destino nos jugarían una mala pasada y se incrustaría como una daga en lo profundo de mi corazón. Fue una relación de amor que inició rápido, seguramente ayudó un poco que nuestras familias se conocían. Y con Jacobo Arenas nos conocíamos desde una vez que fuimos a su chalet en el Alto Duda y nos quedamos allí, y no nos dejó dormir por estar dizque matando murciélagos. Llegó la hora de la despedida y los seis años para volvernos ver. Nos prometimos tantas cosas.


—Amor yo te espero el tiempo que sea. Te amo.


Solo un beso profundo que nos transportó a la gloria. Quise fundirme con ella. Todo era un imposible. Me trasladaron para otra comisión, a los seis meses, me llegó una nota de Jacobo Arenas y una carta adicional de Ibis fechada dos meses atrás. No podía creerlo. Era una realidad. ¡Había funcionado nuestro cartero! Nos estábamos amando a distancia. Para la época no existían, como hoy, las comunicaciones en tiempo real. La juventud nos rebosa de ilusiones y vivimos de ellas. Hoy lo recuerdo con una nostalgia infinita. Nos escribimos por espacio de 4 años y medio. Me contaba todo en largos escritos, repletos de detalles, eran cartas infinitas; hoja tras hoja.


—Las cartas me llegaban al frente donde estuviera. Unas veces con fechas de dos meses atrás, llegaban hasta cinco meses después. Pero no importaba. Me decía que cuando volviera, ella hacía el año y luego ingresaba al frente donde yo estuviera. Era mi gran ilusión. Me enviaba postales, hermosos paisajes rusos. Pronto se deshacían por la humedad de la selva y yo cárguelas amorosamente en el morral de un lugar a otro. Las sacaba periódicamente al sol y al empacarlas en los consabidos apuros, era peor, porque las bolsas sudaban al quedar repentinamente a la sombra. Cuando iba al Secretariado, Arenas me mostraba las cartas y las postales que le enviaba Ibis a él. Tuve cartas en cantidad. Fue un gran amor que se prolongó por mucho tiempo, lo llevo dentro de mí, como un hermoso recuerdo. Era una locura maravillosa. Hasta que me dijo: voy para Colombia y tenemos que encontrarnos. La verdad estuvo siempre en mí. Luego me dijo que tenía que irse para Arauca.


—Me enviaron para un frente aún más retirados del páramo y las cartas llegaban tardíamente. Supe que ya había llegado a Colombia y que estaba en Arauca. Estando en Arauca me escribió una vez. Creo que recibí la carta cuando ya era tarde. En el año 1988, fui a una reunión a la Caucha en el río Duda. Llegué derechito donde el viejo:


—Nos saludamos de abrazo y me dijo, siéntese.


Camilo, Ibis llegó al país hace dos meses. La enviaron para Arauca a hacer su año rural y dizque los elenos la confundieron con una infiltrada y la mataron. Aquella noticia me dejó mudo por varios minutos. Se derrumbó aquella ilusión, se hizo trizas todo aquel amor construido desde la distancia.


Ha sido una de mis grandes derrotas por las circunstancias de la vida y uno de mis grandes amores. Una vaga y dulce ilusión que nos atrapó en los amores bajo fuego. Aquel beso de años aquellos mozos, dormita en mis recuerdos. Intenté averiguar donde había sido sepultada y nunca se pudo encontrar el cuerpo. Es una más de las desaparecidas en esta larga guerra que no cesa, arruinando anhelos, sueños y esperanzas.



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