Vergüenza en Hungría
Actualizado: 7 may 2020
Este es un artículo de noviembre de 2018. Esta semana, en que volvemos a recordar otro año más desde la Shoa, la relevancia de esta nota sigue vigente
El dolor de cabeza y tristeza de corazón con el nuevo Museo judío de Budapest
Mientras que el mundo se torna más antisemita y antisionista, existe un auge en la edificación de museos para preservar la memoria del Holocausto. Muchos museos tienen en su fundación una semilla judía, la de sobrevivientes o de sus descendientes. En otros casos, son proyectos humanistas que trascienden comunidades judías que ya ni existen en las ciudades que los albergan. Hay museos que son producto del mea-culpa de naciones partícipes de la Shoa. El caso de Budapest es una combinación vergonzosa de factores puramente políticos (y grotescamente económicos).
La patria natal de mi madre fue hogar de una de las más grandes comunidades judías de Europa y fue la que con mayor velocidad se exterminó. Hoy en día, Hungría cuenta con casi 100.000 paisanos y es, de lejos, la comunidad más grande de esa parte del continente. Hungría es un país extraño, con lengua rara, y étnicamente muy diferente a todos sus vecinos. Los húngaros son orgullosos, cultos y melodramáticos. Han sido grandes liberales, pero también temibles fachos. Con ellos nos ha ido bien y muy mal.
Después de una inversión de USD 22 millones, el gobierno muy derechista y xenófobo de Viktor Orban, pensó que tenía listo para inaugurar hace tres años la versión magyar de Yad Vashem. Pero ahora faltan otros USD 6 millones para abrir definitivamente sus puertas en 2019. Acá el problema no ha sido de corrupción o falta de planeación.
Orban tiene sus válidas razones para temer los flujos de inmigrantes musulmanes y oponerse a los mandatos de la Unión Europea. Tiene sus válidas razones para hacerle guerra a los tentáculos del deplorable judío húngaro George Soros. Pero la extrema derecha europea siempre nos ha sido nefasta y cuando no comienza contra nosotros, siempre termina contra nosotros. Orban también se ha dedicado a pasar la historia húngara por un proceso de dry-cleaning, exculpándola de cualquier vínculo con los Nazis, al estilo polaco. Hace tres años, una escultura para recordar la desgracia de la Segunda Guerra Mundial terminó convirtiéndose en tema de acalorado debate con la comunidad judía: El águila alemana se abalanzaba sobre el Arcángel Gabriel. Todos los malos alemanes contra todos los buenos húngaros cristianos.
Maria Schmidt es una historiadora húngara. De hecho, es la historiadora oficial de Fidesz, el partido de gobierno de Viktor Orban. Además, es radical de derecha y orgullosamente húngara. Ella organizó hace unos años un museo para recordar los años del terror soviético. Su éxito la llevó a querer organizar un museo para recordar el Holocausto. Orban le copió rapidito. Le aprobó el presupuesto y la nombró directora y curadora. Ahí fue cuando se armó Troya. Para Maria, el Comunismo fue mucho peor que el Nazismo, y en ambos casos las víctimas fueron húngaros. La verdad de la colaboración de fascistas húngaros durante los regímenes de Horty y Szalasi quedaría por fuera de las salas de exhibición.
Fue entonces cuando Yad VaShem se unió a Mazsihiz (la versión húngara de nuestra querida Confederación de Comunidades Judías de Colombia) para hacerle oposición al proyecto de museo. Pero en una jugada maestra de doble enroque, Orban le entregó la propiedad del museo y su dirección a Chabad Lubavitch de Hungría y, de paso, recibió la venia de su gran aliado Netanyahu. Schmidt quedará como asesora más no de directora. El proyecto verá la luz en cosa de 8 meses y lo que debiera haber sido otro gran museo para el recuerdo y la no repetición, quedará eternamente manchado con el tufillo de este cocinado maluco y que, tristemente, su primer logro habrá sido romper nuestra unión en un tema tan solemne como el de la Shoa.
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