Viva la salud
- Jack Goldstein
- 24 sept
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Por Marlene Manevich
En Modiin no hay hospital, pues es una ciudad relativamente nueva y pequeña. Yo he pensado que puede ser una estrategia o mejor un deseo, para que la gente no se enferme. Tuvimos que ir al hospital de Rishon Letzion, en una ciudad cercana para una pequeña intervención de la piel que me tenían que hacer. Llegamos muy a tiempo, pues era la primera vez (paam rishoná) que íbamos y ya sabemos como es el asunto de los parqueaderos. Fue relativamente fácil parquear, lo difícil era encontrar el carro al regreso. Fuimos a información y la encargada parecía tener mucha prisa. Me tocó decirle sablanut (paciencia) mientras yo buscaba los papeles. Quería que le entregara un papel que yo sostenía en mi mano y yo traté de explicarle que ese no era y la vi tan impaciente que se lo entregué y le tocó devolvérmelo y esperar a que yo buscara el correcto con esa paciencia que no parecía tener.
La enfermera que me tomó los datos si fue muy amable y nos dijo que nuestro hebreo estaba muy bien para el tiempo que llevamos aquí. Nos dijo que ella a los 2 años (shnataim) de su aliá no hablaba así. Eso nos subió la autoestima y nos animó a seguir aprendiendo, pues todavía falta mucho camino por recorrer. Ya en la sala de espera vimos un aviso curioso que decía: queridos pacientes: no se puede entrar a la cirugía con un arma (neshek). Quedamos sorprendidos, pero es importante que los médicos se curen en salud. Nunca se sabe que pueda suceder con un paciente descontento.
Hemos progresado en relación a la tecnología y Reuven pudo tomarse una gaseosa sacada de esa máquina que antes no nos hacía caso. Los olim jadashim mebugarim (inmigrantes nuevos mayores), tenemos varios factores en contra, la edad, que se conoce como sejuela (se jue la juventud y esto dificulta algunos procesos), la incompetencia tecnológica frente a los milenials y el idioma. Y cuando uno viene de países tercermundistas, donde los avances son más lentos, se hace más difícil integrarse. Por ejemplo cuando veníamos del parqueadero vimos que la escalera eléctrica sólo funcionaba de subida, no para bajar y cuando nos dirigíamos al ascensor (maalit), vimos que un señor se subió y bajaba tranquilamente sin pisar ningún peldaño y descubrimos el agua tibia. La escalera tenía un censor cuando se acercaba el pie. Nos devolvimos y pudimos llegar al primer piso.
En medio de la cirugía la instrumentadora le pidió al médico (rofé) el número de la teudat zeut, seguramente para formalizar los documentos que le exige el hospital y el doctor le contestó en tono fuerte que primero era el paciente y la cirugía (nituaj) y después los documentos; en otras palabras que ella debía ser paciente (como instrumentadora). Me sentí complacida de que estaban respetando mis derechos, pero cuando oí al médico tan bravo, no pude evitar acordarme del letrero de la sala de espera que estaba prohibido entrar con armas al quirófano. Después de ese incidente peliculesco, el doctor y la instrumentadora terminaron su labor y yo abandoné mi rol de paciente para irme a mi casa sana y salva. Nos demoramos un poco en encontrar el carro, pero menos que otras veces, pues ya hemos aprendido a manejar los espacios israelíes. El regreso fue un poco lento, pues nos seguimos derecho en uno de los cruces y tocó devolverse, así que el regreso fue más largo que la ida. A veces Waze no habla a tiempo y cuando uno se da cuenta ya se pasó de la indicación.
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