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Derechos de mujeres en nuestras comunidades

Actualizado: 11 ene 2021

De 2012 viene este artículo, al que también le guardo particular estima y recuerdos de gratos comentarios.


De escotes, cabelleras, voces melodiosas y otros males femeninos


Alguna vez en un shtetl, los sabios se reunieron y prohibieron bailar por miedo a que los sensuales ritmos invitaran al sexo desenfrenado y promiscuo. Años después, una nueva generación de sabios, desconociendo las causales de esta halaja resolvió prudente prohibir el sexo no fuera que ello indujera a la gente a bailar. Nuestra legislación rabínica, en su afán de reaccionar ante circunstancias, pero escudándose bajo la bandera de la fidelidad a los principios divinos, a veces termina dictando halajot que parecen estar divorciadas de su intención inicial y a veces generan problemas mayores y que la sociedad desconoce o que desea ignorar por completo.



¿Por qué una mujer debe cubrir sus extremidades y ponerse peluca o sheitl en público? ¿Por qué motivo partimos de la base que sólo el hombre es sujeto de seducción? ¿Por qué motivo un padre no puede asistir a la presentación del musical de colegio donde su hija preadolescente canta? ¿Por qué hay rabinos que invocan a la desobediencia en las filas del Tzahal cuando un coro incluye las voces de una mujer? ¿Y por que es preferible la desobediencia militar aun ante la amenaza de guerra a ser “necesariamente” seducido por una melodiosa voz? ¿Por qué hay tantas normas que dictaminan la forma de vestir de una mujer, pero no tantas para el hombre? ¿Por qué de los sheitls? ¿Por qué algunos han llegado al punto de vestir burkas judías (“Frumkas”) a nuestras mujeres? ¿Y por qué hay mujeres convencidas que eso es les que dictaminó Dios? (para los que me crean exagerado, recomiendo buscar en google “Rabbanit Bruria Keren” o “Lev Tahor”). Y acaso, ¿Cuando fue que a Dios le dio por ordenar todo esto? ¿Acaso nos corresponde recordarle a Dios que en su Torá había mujeres cantando y bailando mientras que todo el pueblo y nuestros héroes celebraban? ¿Acaso no tuvimos juezas como Deborah que presidian sobre todo el pueblo? ¿No nos describen las bellas cabelleras de nuestras heroínas y no tenemos acaso tantísimas alusiones a mujeres virtuosas pero menos “envueltas” en textos como Génesis, Salmos, Cantares o Proverbios? ¿O será mejor no hablar en nombre de Dios y dejar de usar su nombre en vano? Más bien recordemos que todas las anteriores son normas de autoría humana y tan recientes que nuestros abuelos en el shtetl desconocerían y, como tal, son merecedoras de ser criticadas, discutidas y reformadas.


Algunos de estos casos son excepcionales y cuentan con suficiente oposición dentro del mismo movimiento ortodoxo, pero, en líneas generales, sí existe una tendencia hacia la radicalización en nuestra sociedad judía. Para mi gusto, lo complicado y triste radica en varios temas: Primeramente, considero que no puede haber una sociedad sana si sus mujeres son reducidas a objetos y limitadas en sus derechos y, como corolario, me parece preocupante cuando algunas mujeres se sienten bien siendo discriminadas. Segundo, considero patológico cualquier argumentación que en nombre de la Ley de Dios sea capaz de transgredirla sin contemplación y sin siquiera entender que contradice al mismo Dios que pretende invocar. Tercero, porque esta tendencia hace parte de otra mayor hacia la intolerancia y que nos lleva a pasos agigantados hacia cismas y guerras civiles que no hemos visto en milenios.


Nuestros sabios nos enseñan que la mujer debe ser prudente, recatada, sencilla y modesta. ¡Pero, así debiéramos serlo todos! Con sólo leer los interrogantes que cité anteriormente pudiéramos llegar a concluir que detrás de todas estas normativas esta la mujer, ese peligroso ente seductor, causal de dolores de cabeza, de guerras e intrigas de proporciones bíblicas. La mujer es también la musa de tantas empresas y deseos buenos. Al fin y al cabo, todos venimos de una madre. Entonces, ¿Qué hace la mujer para generar tantos sentimientos y reacciones? ¿Acaso debe desnudarse o insinuarse? Del todo no. Pero mucho de nuestra legislación parte de premisas falsas o generalizaciones apresuradas. Entonces, mi pregunta es más bien ¿Por qué razón no legislamos también el comportamiento del hombre con igual fuerza? ¿Por qué motivo la religión asume como un fait a complit la débil naturaleza del hombre y ha sido incapaz de ponerse en los zapatos de la mujer, ajustando a los hombres un poco más en cintura? ¿Por qué no podemos manejar conceptos de recato y modestia dentro de parámetros más modestos, prudentes y consecuentes?


No voy a entrar a discutir cuál debe ser o no el tamaño de un escote. Definirle límites a la moralidad me parece absurdo. Tampoco quiero meterme en temas de legislación religiosa sobre pureza. Acá solo quiero hacer un llamado a nuestros sabios para legislar con más ecuanimidad a nuestras mujeres, a ser más consecuentes con nuestra historia, halaja y Tora, a que defiendan la feminidad y humanidad de nuestras mujeres sin limitarles su dignidad, a que no permitan que caigamos en el oscurantismo medieval cristiano o el presente patético del mundo musulmán. Claramente siento que la legislación religiosa universal ha sido, en mayor o menor grado, obsesivamente machista e injusta, sea judía, cristiana, musulmana o budista.

la legislación religiosa universal ha sido, en mayor o menor grado, obsesivamente machista e injusta, sea judía, cristiana, musulmana o budista.

Creo que debiera tener el mismo peso jurídico una legislación que controle y legisle las manifestaciones de impulsos primarios del hombre en presencia de una mujer que vice versa. Una mujer bien vestida y elegante debiera poderle cantar a un auditorio lleno de hombres tanto como lo hace un hombre. Después de dos divorcios, no pretendo conocer el sentir femenino, pero apuesto a que impulsos, tentaciones y la capacidad de controlarlos son comunes a ambos sexos.


En otras latitudes, los sabios de la paleolítica tribu Mursi al sur de Etiopia han optado por fijarle a sus mujeres unos inmensos platos en la bemba inferior, atravesarles horribles huesos en sus narices, perforarle los lóbulos de las orejas y alargárselas hasta que descansen sobre los hombros. Con eso confían evitar el continuo rapto de sus mujeres por salvajes de otras tribus. La comparación es odiosa y exagerada, pero me hace recordar el grado de ridiculez al cual podemos llegar para defender la dignidad de la mujer, y hacerlo en nombre de sus intereses. No hay que llegar a esos extremos para entender que quizás nosotros ya, bastante más civilizados que los Mursi, también hemos exagerado.



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