top of page

Diego Santos, en el Día de la Recordación de la Expulsión de Judíos de Países Arabes.

ree

Por Diego Santos

Queridos amigos, queridas familias, queridos miembros de esta comunidad que tanto admiro y tanto respeto:

 

Cuando uno mira con detenimiento la historia del pueblo judío, no importa cuántas veces la lea, siempre aparece el mismo sentimiento: asombro. Asombro ante la resiliencia de un pueblo que, durante más de tres mil años, ha vivido bajo la sombra de persecuciones, expulsiones, prejuicios, matanzas y un deseo persistente —a veces silencioso, a veces descarado— de ser borrado de la faz de la tierra. Y aun así, tres mil años después, aquí están ustedes. Aquí está su tradición. Aquí está su fe. Aquí está Israel, ese pequeño gigante país convertido en el faro más luminoso del ingenio humano, plantado en medio de un desierto que floreció, literal y espiritualmente, gracias al tesón y al amor de su pueblo. La simple existencia del pueblo judío es, en sí misma, una hazaña civilizatoria. Y cuando uno se acerca a su cultura, a sus prácticas, a su idiosincrasia, comienza a entender por qué —y cómo— han sobrevivido contra todo pronóstico. Todo lo anterior me lleva a señalar con certeza que no conozco un pueblo más admirable que el pueblo judío. Y lo digo con plena conciencia de lo que esa afirmación implica. No es un elogio fácil. Es una constatación histórica, espiritual y humana.Porque, y siento repetirlo, hablamos de un pueblo que ha vivido más de 3.000 años enfrentando un patrón que se repite una y otra vez: persecución, expulsión, humillación, violencia, exterminio. Y pese a todo —y esta frase la quiero subrayar— pese a todo, el pueblo judío no solo sobrevivió… se multiplicó y ha regado su sabiduría transversalmente a todo el planeta.

 

El historiador Paul Johnson decía que si la historia humana fuera reducida al estudio de una sola civilización, bastaría con estudiar la historia judía para comprender la totalidad de la condición humana. En tres milenios, no ha habido pueblo más golpeado… pero tampoco pueblo que haya brillado con tanta persistencia, con tanta dignidad, con tanta creatividad.

 

Por eso, cada vez que observo de cerca su cultura, sus tradiciones, su disciplina ética y su cohesión familiar, siento una profunda admiración. No es un cumplido cortesano. Es una verdad incontestable. Una verdad que quiero resaltar bien alto en medio del mundo de la desinformación y las verdades alternas.

 

He visto cómo honran el Shabat —esa pausa sagrada, esa resistencia espiritual contra un mundo frenético que no descansa. He visto cómo celebran la llegada del viernes como si fuera un acto de renacimiento semanal. He visto cómo las familias se sientan juntas, cómo se bendice el vino, el pan, los hijos. Cómo el hogar se convierte en santuario, en refugio, en espacio de sentido.

 

He visto la fuerza de la educación. La frase bíblica “Ve’Shinantam le’vanekha” —“las enseñarás diligentemente a tus hijos”— no es teoría. Es práctica diaria. Es vida. Es la razón por la cual, incluso en los momentos más oscuros de la diáspora, un judío podía perderlo todo, excepto lo único que nunca se le podía arrebatar: el conocimiento.

 

He visto cómo las fiestas —Pesaj, Rosh Hashaná, Yom Kipur, Sucot, Hanukkah— no son formalismos, sino recordatorios vivos de la identidad. He visto la reverencia hacia los mayores, la memoria histórica, el respeto por el linaje. He visto cómo un niño de seis años puede recitar bendiciones que vienen desde la época del Segundo Templo. Eso no es cualquier cosa. Los niños de otras culturas, mientras, cantan reggaetón.

 

He visto la capacidad de unidad interna: la Kahal, la Kehilá, la noción de comunidad como un organismo vivo. La idea de que cuando un judío sufre, otro en cualquier parte del mundo siente ese dolor.

 

Y, por supuesto, he visto cómo Israel —ese milagro improbable— se ha convertido en el faro cultural, tecnológico, militar y espiritual del pueblo judío. Una nación que en 75 años pasó de pantanos y desiertos a convertirse en potencia mundial. Nada de eso sucede por accidente.

 

Pero hoy quiero hablarles de algo distinto. De algo más silencioso. De algo que puede ser más peligroso que cualquiera de los enemigos históricos del pueblo judío.

 

Y para ser franco: creo que hay un riesgo que la comunidad judía en Colombia aún no ha visto en su totalidad.

 

No hablo de antisemitismo abierto —que sabemos que existe. No hablo del presidente Gustavo Petro, cuya hostilidad hacia Israel está documentada. No hablo de la política internacional contra Israel, que está en ebullición.

 

Hablo de un enemigo más silencioso:

las redes sociales y el deterioro acelerado de los valores en la era digital.

 

Colombia, a mi modo de ver, es una burbuja de tranquilidad para los judíos… pero las burbujas también estallan.

 

Sé que aquí, en Colombia, ustedes viven —relativamente— tranquilos. Sé que, a diferencia de Estados Unidos, Canadá, Francia o el Reino Unido, no están viviendo el tsunami de antisemitismo que registran los reportes recientes de la Liga Antidifamación (ADL). En Norteamérica, los ataques contra judíos se triplicaron desde 2023. En Europa, algunos líderes comunitarios hablan del “peor clima desde 1938”.

 

Aquí no. Aquí los judíos colombianos caminan tranquilos por las calles. Aquí su vida cotidiana es estable. Aquí sus hijos pueden estudiar sin escoltas armados. Aquí, por fortuna, el odio no se ha normalizado. Eso es una bendición. Pero también puede ser un espejismo.

 

Porque la amenaza más peligrosa no es la que se ve venir, sino la que avanza —poco a poco— sin hacer ruido. Y no necesariamente es una de enemigos externos, sino de ustedes mismos.

La amenaza silenciosa es la cultura del algoritmo. Ojo.

 

La pregunta que quiero poner sobre la mesa es esta:

 

¿Está la nueva generación judía —en Colombia y en el mundo— preparada para resistir a un enemigo que no persigue, sino que seduce? ¿Que no prohíbe tradiciones, sino que las vuelve irrelevantes? ¿Que no obliga al olvido, pero lo normaliza?

 

El antisemitismo clásico buscaba borrar al judío físicamente. El algoritmo busca borrar al judío culturalmente. Y ese peligro es más profundo de lo que parece.

 

La red social no llega con odio. Llega con entretenimiento.

No llega con persecución. Llega con distracción.

No llega con violencia. Llega con dopamina.

 

Y mientras captura la atención, va rompiendo silenciosamente los pilares que mantuvieron viva a la identidad judía durante milenios:

 

— La familia unida

— La disciplina educativa

— El respeto por los mayores

— La transmisión religiosa

— La memoria histórica

— La práctica ritual

— La vida comunitaria

 

Esos valores han sobrevivido a imperios, inquisiciones y genocidios. Pero pueden perderse —sin ruido— en diez años de TikTok.

 

¿Cuántos Rafis quedan hoy en Colombia, por ejemplo? Y no hago esta pregunta de manera capciosa, sino de manera genuina para abrir el diálogo. 

 

Hablo de Rafi Piccioto porque lo admiro. Su compromiso con la religión, con la tradición, con el estudio, con el Shabat, al principio me desconcertaba. No lo entendía del todo. Hoy, no solo lo entiendo: lo celebro.

 

Son los Rafis —los guardianes de la identidad— quienes mantienen viva la llama.

 

Pero mis preguntas, con respeto, son :

 

¿Cuántos Rafis quedan en Colombia?

¿Quién está cuidando esa llama en las nuevas generaciones?

¿Quién está explicándoles a los jóvenes por qué ser judío importa, y por qué no es algo que pueda darse por sentado? ¿Y por qué han de ser diferentes al resto de la humandad?

 

Porque la identidad judía no se hereda:

se enseña, se practica, se cultiva.

Las tradiciones no se sostienen solas:

se sostienen porque alguien decidió sostenerlas.

 

El día en que una generación deje de hacerlo, la cadena se rompe.

 

El pueblo judío no sobrevivió porque era numeroso —no lo era.

No sobrevivió porque era poderoso —no lo era.

No sobrevivió porque era popular —casi nunca lo fue.

 

Sobrevivió porque cada generación entendió que tenía una responsabilidad sagrada: transmitir la identidad, intacta, a la siguiente generación.

 

Ese ha sido el secreto.

 

– No cedieron ante la presión del imperio romano.

– No se diluyeron en la diáspora.

– No abandonaron la Torá en los guetos.

– No dejaron de enseñar hebreo aunque estuviera prohibido.

– No dejaron de celebrar Shabat aunque estuvieran escondidos.

– No dejaron de educar a sus hijos aun cuando tenían que hacerlo en sótanos o a la luz de una vela.

 

¿Cómo compite ese nivel de disciplina moral con TikTok?

¿Cómo compite la Torá con 300 videos diarios?

¿Cómo sobrevive la identidad en un mundo donde la atención dura seis segundos?

 

Esa es la amenaza que quiero advertirles.

 

No es un enemigo con espada.

Es un enemigo con scroll infinito.

 

Las redes están arrebatando lo más valioso: el tiempo y la memoria

 

La práctica judía requiere tiempo:

Tiempo para estudiar.

Tiempo para celebrar.

Tiempo para orar.

Tiempo para pensar.

Tiempo para conversar en familia.

Tiempo para construir identidad.

 

El algoritmo se alimenta de ese tiempo.

A cambio… no ofrece nada.

 

Las redes están creando una generación que:

 

– sabe todo, pero recuerda nada

– opina sobre todo, pero no aprende nada

– tiene miles de contactos, pero pocas relaciones

– está conectada al mundo, pero desconectada de la historia

 

Y para el pueblo judío, desconectarse de la historia es desconectarse del alma.

 

Colombia aún no vive una crisis antisemita —pero puede vivir una crisis de identidad.

 

La gran amenaza para los judíos colombianos no es externa.

Es interna.  Es de ustedes.

Y es silenciosa.

 

Es la pérdida gradual, imperceptible, de aquello que los hizo indestructibles:

 

La unión.

La tradición.

La educación.

La identidad.

La memoria.

 

No quiero sonar apocalíptico.

Quiero sonar honesto.

 

Ustedes han logrado lo imposible durante tres milenios.

Sería trágico que el enemigo que los derrote no fuera un imperio, ni una ideología genocida, ni una persecución estatal… sino simplemente la indiferencia de sus propios hijos.

 

Mi reflexión final

 

Amigos:

 

No permitan que esta generación sea la primera que olvide.

No permitan que la identidad sea opcional.

No permitan que el algoritmo reemplace al hogar.

No permitan que la pantalla reemplace al libro.

No permitan que el ruido reemplace a la tradición.

No permitan que la comodidad reemplace al compromiso.

 

Los admiro profundamente.

Y porque los admiro, les comparto esta advertencia:

 

El pueblo judío nunca ha sido destruido desde afuera.

Cuando ha estado en riesgo, ha sido desde adentro.

Hoy, ese riesgo está aquí.

 

Pero también está aquí la solución:

La familia.

La práctica.

La memoria.

La comunidad.

La educación.

El amor.

 

Todo aquello que ha sido, desde Abraham hasta hoy, el verdadero escudo del pueblo judío.

 

Cuídenlo.

Protéganlo.

Transmítanlo.

Vívanlo.

 

El mundo necesita a los judíos.

Israel necesita a su diáspora.

Y Colombia necesita a esta comunidad.

 

Gracias por escucharme.

Y gracias, sobre todo, por mantener viva una luz que el mundo entero necesita.

Diego Santos, en el Día de la Recordación de la Expulsión de Judíos de Países Arabes.
La enseñanza religiosa en la educación pública
Kristalnacht 2025. La importancia de recordar
Should Israel Pardon Netanyahu to Save Itself? Ending Netanyahu’s corruption trial would mean an admission of guilt and could be the end of his political life.
Gestionar las emociones en bioética
The Boy Who Feared Infinity
La ética del conflicto como herramienta política
Eficiencia, derecho y ética: claves para la democracia
Restoring Sovereignty
Empress of the Night- A story about loneliness, longing, and...dogs.
What If Phase One Were the Final Phase?
Occidente: doble moral y resurgimiento del antisemitismo
comente

Comentarios

Caravane_Marco_Polo.jpg

Radanita (en hebreo, Radhani, רדהני) es el nombre dado a los viajeros y mercaderes judíos que dominaron el comercio entre cristianos y musulmanes entre los siglos VII al XI. La red comercial cubría la mayor parte de Europa, África del Norte, Cercano Oriente, Asia Central, parte de la India y de China. Trascendiendo en el tiempo y el espacio, los radanitas sirvieron de puente cultural entre mundos en conflicto donde pudieron moverse con facilidad, pero fueron criticados por muchos.

Todos los derechos reservados @valijadeapocrifos.com

bottom of page