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El Fruto Prohibido

Actualizado: 24 ago 2021

Un cuento corto, por Azriel Bibliowicz

"Lo que pasa es que Dios sabe que en cuanto ustedes coman de él, se les abrirán los ojos y serán como Dios, versados en el bien y el mal." (Génesis 3:5)



—¡De dónde sacaste que el fruto prohibido era un plátano!

Se reunían, todos los sábados después del rezo. Siempre eran los mismos contertulios. Revisaban los párrafos que correspondía estudiar de la Torá. Siempre surgía una disputa y ninguno aguantaba la tentación de demostrarle al otro que era el mas versado e inteligente.

—¿Por qué no? —preguntó Moisés

—Es una locura—dijo Jonás.

Sin inmutarse ante el comentario, Moisés continuó:

—La serpiente sedujo a Eva. Y para seducir a una mujer, es mas lógico que fuera un plátano que una manzana.

—La Torá nos dice que a la sombra del árbol de la Vida descansaba el Señor. Pero no cual fue el fruto del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal... — dijo Abraham

—Estoy de acuerdo con Moisés que pudo ser el banano. — interpeló Samuel.

La tradición había transformado los sábados en un juego. Moisés se preparaba para el crucigrama. Estudiaba los textos sagrados, y entresacaba datos oscuros para ajustarlos con precisión en los espacios que generaba el debate.

—Veamos que dicen los rabinos. — replicó emocionado Abraham.

Moisés miró a sus contrincantes. Sabía que no era fácil cruzar los acertijos y lograr que encasillaran con naturalidad. Pero estaba seguro que coronaría.

—Los estudiosos siempre nos dan luces. — dijo Abraham— mientras revisaba algunos comentarios rabínicos con su mirada de gato. Repetía el gesto de escarbar, como si la lectura obligara a rastrear las interpretaciones con el movimiento de las manos y hurgar con su dedo pulgar cada palabra en golpes ascendentes. Todos esperaban su veredicto.

—Aquí dice que el paraíso pudo quedar en medio de un desierto o un oásis...

— Entonces es posible que fuera el banano—dijo Samuel.

— ¿Saben como llamaban al plátano en las cortes de Europa? — preguntó Moisés.

— ¿Cómo?

—¡Musa paradisíaca!

Todos quedaron sorprendidos. Moisés actuaba, como quien llena los primeros cuadros horizontales.

— ¿Dónde sacaste esa información? — preguntó Jonás.

—Tengo mis fuentes.

—Pero tambien pudo ser una palmera—afirmó Abraham

— Según eso, el fruto del árbol del Bien y del Mal, sería un coco— dijo Samuel.

— No, un plátano—insistió Moisés.

—Apuesto que se te ocurrió la idea cuando llegaste a Puerto Colombia y viste un racimo colgando de un árbol. —dijo Jonás con ironía.

— Cálmense, cálmense, paciencia— insistió Abraham.

—A ver, ¿por qué el plátano? —preguntó inquieto Jonás

—Es afrodisíaco. Y la historia del paraíso es una de tentaciones. — respondió Moisés— Fue la primera tentación y con ella se descubrió la desnudez. Tuvo que ser el plátano. Es una fruta que hay que abrir para comer. Se pela con delicadeza. Y en la desnudez, surge la tentación...

—¡Un momento, un momento!... las palmeras no sólo dan cocos. —dijo Abraham— Pudo ser una datilera...

— ¡Que ocurrencia, un dátil! —replicó Moisés—Hablamos de tentaciones. ¿Cómo vas a descubrir con un dátil que estás desnudo? ¿Quién se va a tentar con un dátil? Con un plátano, la cosa es diferente. El plátano es la fruta prohibida— afirmó para concluir.

—Cómo sabes que es afrodisíaco? — preguntó Samuel

Moisés no alcanzó a contestar cuando Abraham interrumpió:

— ¡No puede ser el plátano! La única hoja que se menciona la biblia es la higuera— afirmó para derribar la hilera de ideas conquistadas en forma vertical.

—Las hojas del plátano son grandes—rebatió Moisés—La sensual vena de sus hojas se levanta con fuerza. También cubren mas. Los rabinos dicen que la ropa con que se ocultaron, se amoldaba al cuerpo. Es lógico que hubieran usado hoja de plátano para envolverse. Y si usaron la hoja, el plátano fue la fruta...

Moisés sabía que las lecturas del sábado eran para ganar.

—Estoy de acuerdo con Moisés que debió ser afrodisíaco—insistió Samuel.

—La idea de la manzana fue inventada por los griegos. —agregó Moisés sacando otra pieza de la información.

—Es cierto que los griegos hablaron de manzanas, —dijo Abraham—pero el fruto prohibido también pudo ser la cidra, la fruta de la fiesta de los tabernáculos.

—La cidra no compite con el plátano que se abre para salir con fuerza y conquistar corazones—replicó Moisés. Además, la cidra tiene poco de afrodisíaco, a pesar de su pezón. Además, recuerden que la serpiente seduce a Eva y no a Adán....

— También pudo ser el trigo— objetó Abraham— Aquí veo que algunos rabinos opinaban que este era el fruto prohibido.

— Tampoco es afrodisíaco—dijo Moisés.

— ¿Qué otro afrodisíaco sería posible? — preguntó Samuel

— La fresa. Crece como la serpiente. La han usado las brujas y el rey Saúl conocía sus poderes—explicó Moisés mientras con sus respuestas se sentia que llenaba nuevos recuadros.

—Fresas...

—Bueno, basta de hablar de frutos. Cambiemos de tema. — dijo Abraham.

Pero Samuel insistió en continuar con los afrodisíacos.

—El higo—contestó Moisés. — Cuando se abre, su forma es sugerente sin duda. Pudo tentar a Adan. De ahí viene la teoría de la higuera. La serpiente incitó a Eva. Y fue con un plátano...

— ¡Basta! —dijo molesto Abraham. Aquí lo que importa es el conocimiento. Y no la capacidad de inventar cuentos.

—Sigamos con los afrodisíacos — insistió Samuel.

—Ese no es el tema —replicó Abraham.

—Si hablamos de tentaciones, es el tema—señaló Moisés.

—¿No es mas importante que discutamos sobre como era el paraíso, o cuantas puertas tenía, o que hablemos sobre los ríos que lo atravesaban, o si llevaban leche, miel, vino o aceite? —recalcó Abraham.

—El paraíso pudo quedar en una montaña— dijo Moisés— para introducir otra ficha en su recuadro. —el plátano como árbol crece tanto en las tierras cálidas como en las montañas.

—¡Dále con el plátano!

Sin embargo, Abraham sabía que Moisés había sembrado con su pesistencia la duda.

—Estudiemos mas bien que dicen los rabinos sobre el ave Fenix, de pronto nos ayuda a comprender dónde quedaba el paraíso— dijo Abraham— Fue el único que no probó el fruto del árbol del Bien y del Mal. Por eso es eterno.

— A los pájaros les encanta el plátano— dijo Moisés.

Abraham se agarró la cabeza, desesperado.

Samuel aprovechó el momento para levantarse. El tema del Ave Fenix le importaba poco. Y eran ahora capaces de embacarse en ese debate. Tenía hambre. Después de tanto hablar de frutas, se le habia abrierto el apetito. Empezó a empacar sus libros y utensilios de rezo.

— ¿Te vas? — preguntó Moisés.

— Sara me espera.

Moisés también quería partir, pero debía concederle la revancha a Abraham a quién notaba herido.

— Sé que eres capaz de afirmar que el Ave Fenix fue un papagallo— dijo Abraham.

— ¿Y por qué no? — respondió Moisés mientras aceptaba el reto como si estuviera listo para otro crucigrama.

Samuel se despidió de todos y caminó a casa. En el trayecto pensó en Eva y su desnudez. La imaginó como Sara. Pensó sobre cómo Adán prefirió el castigo del fin de la inocencia, a vivir sin Eva. Sabía que por sólo haber tocado el árbol del Bien y del Mal, la muerte perseguía a los hombres. Samuel sabía que Adán tuvo un primer matrimonio con Lilith y conoció el fracaso, el miedo a la soledad. La soledad en el paraíso no tenía sentido. Con Eva, Adan conocio el amor. Samuel se dió cuenta, que ninguno de los contertulios había hablado de amor y que el relato del árbol del Bien y del Mal, era también una historia de amor.

... Siempre es igual...Se me ocurren las mejores ideas cuando se acaba la reunión... Siempre me acuerdo de lo que debí decir en el camino de regreso...

Se sintió como un perdedor. Aumentaron sus deseos de ver a Sara. Apresuró sus pasos.

Sara lo esperaba con un cocido de carne y fríjoles cargado de pimienta y ajo.

— ¿Por qué demoraste tanto? — indagó con voz dulce.

—Las palabras y las frutas tienen sorpresas— contestó Samuel.

Sara no entendió, pero tampoco preguntó. Continuó a la cocina para servir un plato abundante.

Samuel mordió la costilla en silencio.

—¿Qué te gustaría de postre? — preguntó ella.

— Un salpicón de higo, fresas y plátano— contestó Samuel— mientras su mano descendía por la mesa en forma jugetona para acariciar la media de seda, que subía por una linea vertical.

Sara lo miró con cariño. Tomarían una siesta. Un juego de caricias reemplazaría las palabras. No habría letras que encasillar.

Samuel sabía cual era el fruto. Y se disipaban las dudas sobre dónde se hallaba el paraíso.

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