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Las Guerras que Perdemos

Ahora en Iom Hazikaron, recordando a nuestros soldados caidos, recupero este artículo de noviembre de 2011, al año de haber lanzado este blog.


Le oí decir al embajador Yaakov Gotal que Israel ha peleado dos tipos de guerras en su historia: Las normales y las milagrosas. La sencilla explicación es que las “normales” las ganamos con la ayuda de Dios y las “milagrosas” sabrá Dios cómo. Pero, ¿y cuáles son las que perdemos?

Israel ha peleado dos tipos de guerras en su historia: Las normales y las milagrosas. La sencilla explicación es que las “normales” las ganamos con la ayuda de Dios y las “milagrosas” sabrá Dios cómo. Pero, ¿y cuáles son las que perdemos?

Perdimos contra los asirios después de más de 100 años de guerras fratricidas que partieron en dos al reino de Salomón y, en el proceso, también nos hicieron perder a una decena de tribus. Perdimos contra los Babilonios porque según el profeta, le abrimos los ojos al enemigo mostrándole los tesoros del Templo. Hace 2000 años perdimos contra los romanos mientras atravesábamos el cenit de nuestra edad media: fragmentados, corruptos, sanguinarios, intolerantes y sumidos en un penoso mesianismo escatológico. Cien años después, inspirados por Bar Kojba y su nueva versión mesiánica, nos repitieron la dosis. Durante 20 siglos carecimos de ejército propio así que difícilmente pudimos hablar de haber peleado guerras; si acaso de defendernos y escapar. Pero logramos sobrevivir aun perdiendo contra cruzados, inquisidores, cosacos o nazis. Durante esos momentos históricos, fuimos a la vez ricos o pobres, asimilados o segregados, muchos o pocos, laicos o religiosos. Nada probó ser efectivo para evitar el desastre. Pero algo sí ha permitido que como ningún otro pueblo acá sigamos y es por lo que a menudo los demás nos admiran. El éxito en las guerras no ha sido proporcional a nuestro apego a las mitzvot. En el colegio y en nuestros textos religiosos nos enseñan que seremos vencidos cada vez que nos alejemos de la ley Divina. Personalmente, me siento incapaz de argumentarle eso a tantísimas víctimas que vivieron tan apegadas a su cultura, rezos y tradiciones pero quienes a su vez murieron a manos de Ricardo Corazón de León, Torquemada, Jmelnitski o Hitler. Las ganamos guiados por Moisés, Josué y el Arca, por un David guerrillero y pecador; por una dinastía Macabea que difícilmente pudo haber sido más déspota y helenizada. En tiempos modernos, orgullosamente hemos visto a un Israel socialista y laico ganar su Independencia y varias guerras más, y hemos visto a un Israel capitalista y quizás más religioso, apenas sobreponerse a los retos de enemigos contemporáneos. Mirar hacia atrás y juzgar puede ser cómodo, pero predecir el futuro siempre será inútil. Saber si las guerras se ganarán o se perderán es pura conjetura. Podemos sentarnos a rezar y bienvenido sea todo aquel que así lo considere prudente, pero si algo ha demostrado la historia es que las plegarias y la vida piadosa no garantizan la victoria. Tampoco lo garantiza ser próspero, asimilado o numeroso. Lo que sí se pudiera afirmar es que existe una posibilidad mucho mayor de perder la guerra cuando se dan dos situaciones: La primera es cuando un gobierno se ve en la necesidad de convencer a su pueblo de las razones para ir al frente de batalla. Los motivos deben ser obvios para todos y justificables para la mayoría. La segunda es la más peligrosa y es cuando el enemigo nos encuentra divididos. El mayor riesgo no viene desde afuera, por aterradora que sea la amenaza de Irán, por ejemplo. El riesgo está dentro de nosotros mismos como pueblo. Esas lecciones también las recuerdo del colegio y de nuestros textos milenarios y son a las que acudo acá: “Sinat Jinam”, ese odio visceral y gratuito entre nosotros, y su corolario “Kol yehudim arevim ze la ze” o la obligación de velar por cada uno de nuestros hermanos, indiferentemente de nuestras diferencias. Es peligroso y triste tener un ejército donde las autoridades religiosas incitan al desacato cuando se expone a la tropa al riesgo de escuchar una melodiosa voz femenina. Es patético cuando se desconoce la identidad judía y se humilla a miles de soldados que arriesgan sus vidas o caen en combate mientras seguimos reinventando la definición de “quién es Judío” con halajot de última hora, que de paso, se acomodan para poder definir por quién hay que velar. Pisoteamos los derechos y la dignidad de muchos de nuestros hermanos y ponemos en peligro la de otros con textos recientes como Torat Hamelej. Es angustioso cuando algunos quieren ir a la guerra por razones bíblicas o mesiánicas (que tantos desastres nos han generado) y cuando otros, quienes aferrados al mismo texto, se rehúsan a vestir el uniforme, pero a la vez ambos se escudan en Dios para condenar a quien sea diferente. Es para alarmarse cuando algunos proponen establecer un Estado Judío en Judea y Samaria fronterizo al Estado Israel. Es preocupante cuando esas tensiones se trasladan con pedradas a las calles de Israel para expresar su desacuerdo con la forma de sentarse en buses, o la forma de caminar por aceras, o por los horarios de servicio de parqueaderos, por el derecho a ser homosexual, o a rezar y casarse bajo el rito reformista o conservador, o a ser ateos o mesiánicos, o cuando no se respeta el derecho a equivocarse. Ahora que escribo estas líneas me entero con pavor que las paredes de Shalom Ajshav han sido profanadas con grafiti de Tag Mehir siguiendo su ya incendiaria campaña de intimidación. Cuando llegamos a estas instancias estamos ante un inminente riesgo como pueblo de ser derrotados por terceros. La historia nos alecciona que podemos ganar todas las guerras que se nos presenten y aun así el enemigo no desaparecerá. Pero el costo de perder tan solo una guerra, en las condiciones de hoy, sería impensable. Es apenas prudente desear que, si el desafortunado momento de otra guerra fuese a llegar, el enemigo nos encuentre cohesionados, inspirados y racionales, celebrando y respetando nuestras diferencias y teniendo claro cuál es nuestro norte y quien es nuestro verdadero enemigo. Solo así habrá un chance mayor de vencer. Personalmente, deseo que el único dilema sea saber si la victoria se dará por razones “normales” o “milagrosas”.


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