Pensando por fuera de la caja
Este artículo es de noviembre de 2018, que se identifica con algunos puntos del plan de paz de Trump, pero incluye temas puntuales de Israel, ajeno a la situación palestina.
La realidad israelí es también cada vez más complicada, extrema y tensa. Pero siempre he creído que la versión siglo XXI de nuestro excepcionalismo está en llegar a niveles superiores de creatividad e ingenio para resolver nuestros problemas y elevar la barra ética.
Cuando uno piensa que al merengue ya no le caben más ingredientes, cuando la olla express está que pita, y cuando el desmadre se ve inminente, el Medio Oriente siempre resulta atrevido y nos demuestra que no se intimida en sobrepasar los límites de su desgarradora realidad.
La realidad israelí es también cada vez más complicada, extrema y tensa. Pero siempre he creído que la versión siglo XXI de nuestro excepcionalismo está en llegar a niveles superiores de creatividad e ingenio para resolver nuestros problemas y elevar la barra ética. Algo así como en su momento fue ofrecer la parte superior y aérea del Monte, quedándonos con todo el subsuelo.
Lo que comparto ahora no es producto de grandes estudios o largas horas de análisis. Es algo más visceral que me gustaría poder tratar con cualquier interesado. Estas líneas tienen la única y sana intención de aportar ideas que no germinaron en mi mente, pero sí son ideas que he moldeado con el tiempo y que siento merecen un laboratorio para ser discutidas. Acá van algunas: 1. Hacer de Israel un estado federal y cantonizado. Si a Suiza le cabe más de una veintena de cantones, algunos de ellos distinguibles por un idioma o acento particular, una geografía y una economía, más motivos tendrá Israel para cantonizar y otorgar autonomías a sus regiones. El Negev, La Costa de Tel-Aviv a Haifa, la Galilea árabe, Golán, la región de Dan, la zona beduina del sur, Jerusalem y demás. Seguridad y relaciones internacionales permanecerían de domino central, como pasa en Estados Unidos y en Gran Bretaña. Habría otras leyes federales a definir, pero la intensidad del arco iris israelí amerita hacer respetar el terruño e idiosincrasia de tantas minorías tan opuestas.
2. Y ahí va otra osada: ¡Nada de dividir a Jerusalem en dos! ¡Ni más faltaba! Dos es un número tímido y equivocado. Jerusalem debiera dividirse en tres cantones: uno árabe, un haredí y otro pues… no haredi.
3. ¿Cómo hace un tren que va de un cantón donde se celebra el orgullo gay a otro en que se celebra 9 de Av? Pues no me las se todas. Nuevas estaciones, vagones segregados. Unos cantones ofrecerían ciertos horarios reducidos y otros funcionarán 24 horas.
4. El Gran Rabinato tendrá que luchar para hacerse contratar en cada cantón. Donde no gane la licitación, pues no tendrá presencia. Así, en algunos cantones cualquiera se pudiera casar quien a bien tuviera, y en otros no. La soberanía religiosa terminaría y la Ley Básica sería civil, salvo que el cantón decida agregar la religiosa. ¿Y las conversiones o divorcios? Pues total, como el muy religioso no se relaciona con el conservative así tenga 8 generaciones de Mikve en su familia, no es que la “unidad” de pueblo se vaya a resquebrajar. Capaz, como pasa con las universidades, desarrollaremos sistemas de validación de títulos inter-cantonales para divorcios y conversiones.
5. En cuanto a la geografía palestina, entraríamos en la odiosa sesión de territorios israelíes para asegurarnos unos enclaves de eso que llamamos “asentamientos”. Por decir algo, no cedería la parte al sur del desierto de Judea a cambio de Efrat como estuvo contemplado en propuestas anteriores. Más bien, odiosay unilateralmente, entregaría todo el cinturón limítrofe que incluye ciudades como Umm el Fahm, Nazaret, Kfar Kasim, Jaljulia, y Abu Gosh donde hoy viven palestinos israelíes. “Limpieza étnica” compartida, pero sin cambiar de dirección; solo códigos postales y distritos electorales. Feo pero sano. Luego cuadraríamos saldos en los fondos de cesantías, EPS, servicios públicos, placas de carros, pasaportes, etc.
6. Para rematar y darle peso político, improbable pero políticamente necesario, sería pasar de un sistema unicameral a uno bicameral donde el senado pudiera representar regiones o distritos electorales. De paso, salimos de ese fétido sistema de democracia inversa donde las minorías, con 2 puestos en la Kneset, son las que siempre definen el futuro de las tibias coaliciones y las que hacen que los temas más insignificantes sean los que terminen por pasarle cuenta de cobro al gobierno de turno
Por hoy, no más.
Opmerkingen