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Supermán y la Intermediación Financiera. Un Cuento por Warren Buffet



Por Harry Adler

En una reciente y amena charla ofrecida por Adriana Cooper en esta Valija, mencionaba la importancia de saber contar historias. Entre muchos ejemplos, citaba el valor que tiene para los grandes políticos. Y tiene razón. Sin cuentos, tampoco existirían las manifestaciones artísticas.


Un personaje muy inclinado a apoyarse en esta herramienta es el señor Warren Buffet, de lejos el inversionista con mayor influencia en el mundo.


Sus asambleas anuales en la pequeña Omaha, su ciudad natal y sede de su empresa, son eventos multitudinarios comparables a los grandes festivales de música y eventos deportivos. Sus reportes anuales son una clase magistral de finanzas, presentados con una admirable simplicidad pedagógica.


Quien se vea abocado a presentar informes financieros, bien haría en echarle una mirada a algunos de ellos primero.


Buscando ilustrar el conflicto de intereses que necesariamente se presenta entre el ahorrador común y la intermediación financiera, se apoyó en uno de sus cuentos. Entre otras cosas, es un tema íntimamente ligado al problema siempre vigente, y nunca resuelto, de las pensiones.


Esta nota corresponde a una traducción libre que hice para el periódico Portafolio en septiembre del 2016


El cuento de Buffet sobre la intermediación Financiera

Imagínese por un momento, escribió alguna vez el señor Buffet, que todas las empresas norteamericanas perteneciesen a una misma familia. Vivieron próspera y armoniosamente a través de generaciones, viendo cómo su capital aumentaba año tras año. Las utilidades que lograban, que en ese entonces alcanzaban $700.000 millones de dólares al año después de impuestos, eran repartidas por partes iguales.

Pero un buen día se les acercó, separadamente a cada uno de ellos, un grupo que se identificó como “Ayudantes.” Su planteamiento fue que, si actuaban independientemente, podían aumentar sus ganancias. Sencillamente, les dijeron, todo se reduce a ser más inteligente que sus parientes, y negociar con ellos parte de las propiedades. Mediante el pago de una comisión, por supuesto, se ofrecieron a asesorarlos.

Aceptada la propuesta, la familia, como un todo, era aún propietaria de la totalidad de las empresas. Pero ahora, ya no todos poseían partes iguales. Y las ganancias totales ya eran menores, pues era necesario descontar las comisiones. Y claro, a mayor el volumen de negociaciones, más se iba reduciendo el ingreso neto de la familia. Obviamente los comisionistas estaban felices, y hacían todo lo posible por promoverlas.

Como no a todos los miembros de la familia les estaba yendo igual de bien, apareció un segundo grupo de “Ayudantes,” bajo la propuesta que para salir adelante en el juego de derrotar a los hermanos, era necesario contratar administradores profesionales. Claro está, como ellos.


Aceptaron la oferta, pero no se detuvieron a pensar que quedaban comprometidos en un nuevo gasto.


El descontento de la familia aumentaba día tras día. Cada uno de ellos disponía ahora de dos baterías de profesionales, pero en conjunto, las finanzas familiares seguían deteriorándose. ¿La solución? Por supuesto, obtener más ayuda.

Llegó bajo los títulos de “Asesores Financieros” y “Consultores Institucionales,” cuya misión era asesorarlos en la selección de los administradores del dinero. Ya muy frustrados, dieron la bienvenida a este tercer nivel de “Ayudantes”, reconociendo que ellos mismos no era capaces de escoger las acciones individuales, ni tampoco los administradores adecuados.

Hubiera sido prudente preguntarse si escoger asesores y consultores adecuados no era de por sí una tarea bastante compleja. Pero eso no pasó por la mente de ninguno de ellos.

Ahora contaban con tres niveles de ayuda, la cual resultaba bastante onerosa por cierto. Pero los resultados continuaban de mal en peor.


Providencialmente apareció un cuarto grupo de profesionales, que esta vez se presentaron como “Híper-Ayudantes.” Les plantearon que los malos resultados se debían a que los ayudantes -comisionistas, administradores profesionales, consultores- no estaban suficientemente preparados ni motivados, y se limitaban a imitar a la manada.

Pero ahora, además de los gastos que venían pagando en forma de porcentajes fijos, se vieron comprometidos con un nuevo rubro de gastos contingentes, los cuales dependen de los resultados.

A algunos de los miembros de la familia les pareció reconocer que estos “Híper-Ayudantes” eran los mismos administradores profesionales que ya tenían contratados. Pero ahora se presentaban con vestimentas diferentes, y con títulos más glamorosos, como “Fondos de Cobertura” o de “Capital Privado”. Pero terminaron convenciéndolos de que estos nuevos uniformes les conferían poderes mágicos, tal como sucedía con Clark Kent cuando se transformaba en Supermán. Tranquilizados con la explicación, decidieron contratarlos.

Concluye el señor Buffet que este es el estado de cosas: un porcentaje cada vez mayor de las utilidades va a parar a las manos de un ejército creciente de ayudantes. Obviamente, escribe, les hubiera ido mucho mejor de haber permanecido estáticos, sin hacer nada, limitándose a disfrutar de sus mecedoras.


Particularmente costosos, escribe, son los últimos contratos, bajo los cuales los ayudantes reciben una importante tajada de las ganancias (quizás gracias a su inteligencia, o quizás sencillamente debido a la suerte.) Y claro, cuando se producen pérdidas – por incompetencia, por mala suerte, y en ocasiones por mala fe de los ayudantes- estas van por cuenta y riesgo del inversionista.

Este tipo de arreglo, calculaba el señor Buffet, en el que “cara, yo gano una buena tajada, y sello, usted pierde,” le cuesta a los inversionistas del país un 20% de las utilidades empresariales.


Isaac Newton, recuerda Buffet, muy mal financista, y víctima de una de tantas burbujas, manifestó alguna vez: “Puedo calcular el movimiento de las estrellas, pero no la locura de la gente.”


Si no hubiera quedado traumatizado por sus pérdidas, plantea, hubiera descubierto la cuarta regla del movimiento: “Para los inversionistas, tomados como un todo, el retorno decrece a medida que aumenta su movimiento.”





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