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Autocracia y playboys (I)




Por Harry Adler


En una nota publicada en junio del 2020 en “The Atlantic,” el señor Ben Rhodes, escritor, comentarista político, y Asesor de Seguridad Nacional en el gobierno de Obama, hacía un paralelo entre el populismo de extrema derecha en Hungría y las perspectivas en los Estados Unidos a raíz de las elecciones presidenciales que se avecinaban.


La metodología, escribe Rhodes, consiste en anclarse en el sentimiento nacionalista clásico: soberanía nacional, desconfianza en las instituciones internacionales, oposición a la inmigración, desprecio por las élites liberales, empoderamiento de las masas bajo un argumento como el de los efectos negativos de la globalización, identidad cristiana. Todo lo cual implica una mano autocrática.


A partir de ese momento ya no cargaba maletas. Una de sus funciones consistía en estar al acecho para informar quien debería ser despedido,”

Se requiere entonces, explica, reacomodar los distritos y los funcionarios electorales, poblar metódicamente el sistema judicial, perseguir a los medios independientes, cortejar ciertos líderes internacionales, perseguir y denigrar de los enemigos políticos mediante campañas de odio, alimentar desinformación mediante teorías conspiradoras.


Pero por estos días fue publicado el esperado libro “Betrayal: The Final Act of the Trump Show,” de Jonathan Karl, corresponsal en jefe desde Washington del noticiero de la cadena ABC. Entre muchos otros temas, reseña un camino más práctico para alcanzar ese objetivo. Fundamentalmente, consiste en colocar a un grupo de jóvenes activistas, sin ningún tipo de experiencia, pero ciegamente fieles, a cargo de una importante oficina del gobierno.


No se trata de un episodio meramente anecdótico. Entre una amplia lista de logros, tal como se verá en la próxima entrega, fue artífice de la caída en desgracia de un ministro de defensa. Incidió además en el agrietamiento de la relación del presidente con el fiscal general del país, para muchos su más poderoso aliado político.


Ante una evidente preocupación por el resultado incierto de esas elecciones, cuenta el autor que el presidente consideró imprescindible hacer profundos cambios de sus funcionarios, deshaciéndose de todos aquellos que no le fuesen incondicionalmente leales.


Con ese fin, ordenó nombrar al señor Johnny McEntee, un joven de 29 años, al frente de la Oficina de Personal, entidad relativamente desconocida, pero con enorme influencia. Johnny, como popularmente se le conocía, se desempeñaba como su maletero personal durante los abordajes.


Recuerda el autor que en el 2018 el señor Johnny había sido despedido de la Casa Blanca mientras se le investigaba por algunos movimientos bancarios, que resultaron siendo solamente un producto de su afición por el juego.


Pero de acuerdo con el libro, McEntee carecía de toda experiencia en manejo de personal. Sin jamás haber elaborado ni siquiera un contrato, sería ahora responsable del departamento de recursos humanos más importante del mundo, encargado de seleccionar y contratar el personal para todo el gobierno federal. Incluye embajadores, ministros, oficiales de inteligencia, y miembros de las juntas directivas de ciertas entidades militares.


De lo que sí no carecía era de una total fidelidad hacia el presidente, ni de una especial capacidad para recopilar e informar sobre quienes no lo eran, o quienes filtraban información a la prensa.


A partir de ese momento ya no cargaba maletas. Una de sus funciones consistía en estar al acecho para informar quien debería ser despedido,” escribe palabras más, palabras menos, el autor.


Narra en el libro que cuando el jefe del gabinete de la Casa Blanca recibió la orden de ejecutar su nombramiento, este decidió pasarle la papa caliente a una de sus diputadas, reconocida por jamás haber mostrado la menor vacilación ante una orden del presidente.


“Señor presidente,” cuenta Karl que ella se atrevió a insinuar tímidamente, ¿podría usted por favor reconsiderar el nombramiento?”


¡You people never f…. listen to me! ¡You are going f…. do what I tell you to do!” la increpó el presidente.


Una vez nombrado, la primera tarea del señor McEntee fue armar su equipo de trabajo. Estaba compuesto por personas muy jóvenes, inexpertas, pero que en algún momento habían demostrado ser activistas a favor del presidente.


“Muchos eran sus amigos, y había un montón de mujeres. Contrató a las veinteañeras más bellas que pudo encontrar, y a muchachos que de ninguna manera le pudiesen representar la más mínima amenaza para levantárselas,” se lee en el libro.


Nombró como asistente ejecutiva a una bailarina con la única experiencia de haber sido profesora de danza. Su “directora de relaciones externas,” posición creada a su medida, sobresalía por su alto número de seguidores en Instagram, aunque carecía de título universitario. “Solamente en los Estados Unidos del actual presidente es posible pasar de un gimnasio a la Casa Blanca, el verdadero sueño americano,” aparece en el libro que comentó alguna vez.


Cuenta Karl que, en plena pandemia, el lugarteniente del presidente habría de emprender una “verdadera cacería de brujas,” intimidando a los miembros del gabinete, escarbando los registros de votación y sus cuentas en las redes sociales. Y que amasó tal poder, que estaba autorizado para hacer despidos intempestivos, o negar promociones y incrementos de sueldos.


Pero por encima de todo, estaban las entrevistas. Prácticamente todos los oficiales de alto rango, pasando por las agencias de inteligencia y el Pentágono, hasta el ministerio de justicia, fueron informados de que debían someterse a una entrevista ante los funcionarios de su oficina. Pero todo se reducía a determinar quiénes apoyaban incondicionalmente al presidente, y quiénes eran los que no.


En lo referente a estos apartes del libro, y aclarando que un presidente tiene todo el derecho a esperar que sus designados lo apoyen en sus decisiones, el autor establece que la oficina de personal fue diseñada para intimidar y acosar a sus funcionarios, a pesar de que en su enorme mayoría ya le eran incondicionalmente adeptos. Pero, por encima de todo, la oficina abanderó los esfuerzos para que, llegado el momento, se pudiese alterar el resultado de una elección.



Continuara...


 

Harry Adler

Ingeniero Industrial de la Universidad de los Andes, MBA de la Universidad de Stanford. Empresario independiente como socio y gerente general de las firmas comercializadoras "Socodi" y "Argenti." durante 25 años. Asesor en inversiones internacionales, columnista sobre temas financieros, conferencista hadler@stanfordalumni.org



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