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Conversiones de grupos. Dilemas que seguimos evitando (2 de 4)

Siguiendo con el artículo republicado la semana pasada, comparto este que escribí varios años después. El tema sigue vigente.




Otra Vez con el Trillado Tema de los Conversos. julio, 2018


De vez en cuando me gusta tratar y recordar este tema porque considero que se mantiene vigente. Constituye este una prueba de fuego a nuestra identidad como pueblo y a nuestra capacidad de tratar bajo un mismo concepto los temas humanos y divinos más delicados. A mi modo de ver, es también el concepto halájico más odioso pero a su vez más básico, cuyas consecuencias son potencialmente peligrosas o maravillosas y que por ende merece permanecer en un estado gris y flexible.


El tema levanta ampollas e incomodidades, pero creer que ignorándolo se evita solo agranda sus implicaciones. Tenemos el mandamiento bíblico de amarlos y el concepto talmúdico de que su existencia nos causa dolores. Estamos obligados a nunca tratarlos como tales una vez se haga su conversión, pero en realidad, dudo mucho que eso pase al interior de nuestros corazones. La comunidad siria mantiene vigente su (antihalájica) takaná contra ellos. El corrupto Gran Rabinato en Israel sigue aprovechando cada oportunidad que se presenta para alienar a las comunidades conservadoras, reformistas y emergentes. Sus decisiones retroactivas negando conversiones previamente aprobadas por tribunales ortodoxos son, a mi modo de ver, de los atropellos más canallas de nuestras cortes. El Ministerio del Interior sigue en contravía de los conceptos que tiene la Agencia Judía en temas de reconocimientos a conversos. La nueva Ley Nacional hace de la definición de quién es judío sea una pregunta obligada.




A lo largo de nuestra historia, tenemos múltiples casos de pueblos o comunidades enteras que se convirtieron. Están los pueblos que salieron de Egipto al tiempo de nuestro éxodo. Otros más se han hecho judíos a través de los siglos por simple voluntad (o conveniencia) y muy pocos fueron judaizados a la fuerza (cortesía de los crueles macabeos). Abayudaya, Bnei Menashe, Bene Efraim, San Nicandro al sur de Italia, subotniks, itureanos, Adiabene, nabateos, himyaritas de Yemén, el reino de Simien en Etiopia, innumerables tribus bereberes y los famosos kazares son algunos de los más representativos. Sus casos tienen entradas en la historia judía que datan de hace 3.300, 3.000, 2.200, 2.000, 1.600, 300, 200, 100 y 20 años. Siempre los ha habido y seguirán dándose por más que queramos tapar el sol con las manos. Nuestra insularidad no os hace menos reales.


A nivel particular, podemos recordar a figuras como Batia, Yetro, Rahab, Rut, el profeta Obadía, los grandes sabios Shmaya y Avtalyon y sus discípulos Ben Bag Bag y Ben Hay Hay, el rabino Yohanan ben Torta, y el gran Onkelos. En tiempos modernos podemos hablar de Ivanka Trump, Elizabeth Taylor o Sammy Davis Jr. A nivel familiar, y como dice el artículo de la página www.chabad.org de la cuál extraje parte del contenido de este artículo (converts), el otro grupo a resaltar es La Familia Vecina, el Ger Tzedek, todos aquellos conversos sinceros que aportan a nuestra diversidad y riqueza cultural, a pesar de las tribulaciones por las que han tenido que pasar para llegar.


Acá en Colombia el fenómeno ha ido mermando. Siguen llegando adeptos pero son más los que no pueden o quieren completar sus procesos o quienes optan por seguir otros rumbos. Aquellos que creían que su espuma subiría sin encontrar techo y que en pocos años la población de emergentes doblaría a la tradicional han tenido que callar ese clamor. Hablar de 35 o más comunidades no refleja su realidad. La enorme mayoría de ellas son apenas grupúsculos de estudio de judaizantes, pero sin mayor articulación comunitaria. No existen estadísticas reales, pero dudo que la cifra de emergentes con guiur o en proceso de conseguirlo supere las mil personas. A hoy, quizás unas 500 personas hayan hecho o estén por hacer aliya. Son 1.500 personas que no podemos ni debemos ignorar. Su mayor reto es trascender la primera generación, saber unirse y multiplicarse. En el peor (¿mejor?) de los casos, sus riñas y mezquindades los hacen, al menos, miembros honorarios de la tribu. A hoy, pocas comunidades han logrado comenzar a desarrollar verdaderas instituciones. Más allá de ser un espacio para estudiar Tora y comer kasher, debieran ofrecer instituciones educativas, fondos para ancianos, actividades juveniles, cementerios y todo lo que implica ser una genuina comunidad. De parte de la institucionalidad judía tradicional, debiera desarrollarse un enfoque novedoso y apropiado para tratar el tema de conversiones masivas de grupos: convertir a una comunidad de 100 personas no es lo mismo que 100 conversiones individuales. Las familias no son homogéneas ni todos en al familia se convierten, o no otodos están en un mismo nivel de aprendizaje. Además, si no les abrimos las puertas a comunidades tradicionales, los estamos obligando a organizarse entre ellos mismos, sin lograr tener vínculos culturales o históricos que tanta falta le hacen a los procesos de conversiones actuales.


Dudo que en un futuro cercano se pueda hablar de más de 10 comunidades emergentes en Colombia. No obstante, son muchos y meritorios sus logros. Para quienes han logrado llegar allá tras recorrer un camino culebrero, solo cabe aplaudirles su éxito y acompañarlos en lo que queda por delante. Buena parte de lo que no se ha logrado y que sigue generando dolores de cabeza para todos ha sido resultado de nuestra falta de interés por abordar el tema. Las preguntas fáciles o incómodas tanto para emergentes como para tradicionales seguirán vigentes. Así como me parece ridículo hablar en política de “revolución” para referirse a los procesos actuales en Cuba o Venezuela después de tantos años de haber asumido el poder, también considero prudente que en un futuro cercano sea igualmente inapropiado hablar de “emergentes”. Eventualmente, habrán de emerger y ser considerados parte integral de la tribu.



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