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La “Mancha de Sangre” en María, de Jorge Isaacs

Actualizado: 11 ago 2020



Por: Azriel Bibliowicz

Se cumplen ciento cincuenta años de la publicación de María, uno de los clásicos de la literatura colombiana y la primera obra que traspasó las fronteras nacionales para ser leída en todos los países de habla hispana. Una novela que lleno de lágrimas al continente y que provoca hoy todo tipo de inquietudes, especialmente si analizamos con cuidado las connotaciones raciales implícitas en la misma.


En el caso de María, así como en la vida personal de Jorge Isaacs, el judaísmo es una impronta, un sello del cual no se pueden desprender. El concepto racista de la “mala sangre judía”, proveniente de la Inquisición española, traspasa tanto a la novela de Isaacs como su propia vida.

María es una novela de conversión al cristianismo, como se nos explica desde las primeras páginas del libro y, sin embargo, el judaísmo no deja de deambular a lo largo de él y transformarse en una sombra que va a acompañar tanto al texto como la vida de su autor, Jorge Isaacs.


Hoy día se empieza a estudiar con atención los temas relacionados con la identidad y sabemos que esta no sólo se define por lo que el individuo considera o declara su pertenencia, sino también depende de cómo es visto por los otros. En otras palabras, la identidad no es un fenómeno individual, sino que también incorpora estereotipos y prejuicios sociales.


En la gran novela modernista del siglo XX, Ulises de James Joyce, su personaje central Leopold Bloom comparte una serie de extrañas similitudes con María y hasta con Jorge Isaacs en lo concerniente al tema de la identidad. Comprendo que una primera instancia parece extraña esta comparación, ante todo porque Leopoldo Bloom y María son personajes de ficción y e Isaacs un autor. Sin embargo, todos ellos son vistos por quienes los rodean como judíos, aun cuando ni Leopoldo Bloom ni María, ni Jorge Isaacs practican a la hora de la verdad el judaísmo. Y tal vez por ello mismo, no deberían ser considerados judíos, pero prevalece una mirada racial despectiva hacia esta cultura y religión que prevalece y acompaña a ambas novelas, así como la vida de Isaacs.


Ahora bien, el judaísmo no es el tema central de ninguna de estas novelas, pero no deja de afectar a sus personajes. En ambos textos, los padres de los protagonistas fueron quienes abandonaron la religión ancestral. En Ulises, Rudolf Virag, el padre de Leopold, un judío húngaro, dejó la religión de sus antepasados y se cambió de apellido para abrazar el catolicismo y casarse con la madre de Leopold. En la obra de Joyce, vemos como Leopold tampoco fue educado como judío y a su vez se casa con Molly quién fue criada como católica.


En María, fue Salomón, su padre, quien le pide a su hermano Jorge, que convierta a María al catolicismo cuando llegue a Colombia. En el caso de Jorge Isaacs, al igual que el de Leopold Bloom, su padre Jorge Enrique fue quién abandonó el judaísmo y se casó con su madre y por ella que se convierte al catolicismo. Jorge Isaacs luego se casa con Felisa González, también católica.


En el caso de María, así como en la vida personal de Jorge Isaacs, el judaísmo es una impronta, un sello del cual no se pueden desprender. El concepto racista de la “mala sangre judía”, proveniente de la Inquisición española, traspasa tanto a la novela de Isaacs como su propia vida. No podemos olvidar que el judío siempre ha sido visto y comprendido como el extranjero indeseable, el Otro. Y por ello, no debe sorprendernos que un conservador recalcitrante como Miguel Antonio Caro, le echara en cara a Isaacs, en el Congreso de la República, su pertenencia a la “raza maldita”. Y no porque su odio fuese provocado sólo por abandonar el partido conservador y pasarse al liberalismo radical, ya que el transfuguismo político ha sido un hecho recurrente en la historia de los partidos en Colombia sino por el estigma de ser considerado “judío”.


Si tenemos en cuenta que el presidente Rafael Núñez, de quién Caro fue vicepresidente, también cambio de partido, el desprecio hacia Isaacs, sin duda, venía cargado de una actitud racista innegable, debido a sus ancestros “judíos”. En más de una ocasión el autor de María tuvo que escuchar que se refirieran a él en forma despectiva enrostrándole su origen. Para colmo, en su lecho de muerte, el sacerdote que le prestaba los últimos auxilios, le pregunta, con desconfianza, si cree en Cristo. Jorge Isaac, con sus últimos alientos, le responde: “Creo en Él, en su divinidad y soy de su raza”, respuesta afortunada en que le recuerda al clérigo el origen del propio Jesús.


A Leopold Bloom al igual que a Isaacs en más de una ocasión se le cuestiona su lealtad religiosa y nacional, por más de que ambos hubiesen nacido y fueron educados en sus países de origen. Pero, la nacionalidad, no los salva ni evita que el mundo exterior deje de considerarlos ante todo como judíos y que el judaísmo constituya, para la época en general y la María en particular, una enfermedad hereditaria sintomática de un mal social insalvable.


Tanto el padre de Leopold Bloom como la madre de María mueren de manera trágica en ambas obras, otra curiosa coincidencia.


En el trasfondo las dos novelas se ven marcadas por el racismo. En el caso de María responde al mundo semi-feudal y la esclavitud que persiste en las relaciones sociales de la anquilosada aristocracia vallecaucana y si bien se describen, no hay un claro cuestionamiento al respecto.


La advertencia de Franz Fanon, parece le caerle como anillo al dedo a la novela de Isaacs. Cito a Fanon: “a primera vista suena extraño que una mirada antisemita se deba relacionar a la negrofobia. Pero fue mi profesor de filosofía en las Antillas, quién me hizo entender: “cuando oigas a alguien hablar mal y abusar a los judíos, presta atención, porque están hablando de ti”. He descubierto -dice Fanon- que esta tiende a ser una verdad universal, y vine a comprender que yo iba a responder con mi cuerpo y corazón frente a lo que se le hacían a mis hermanos. Sólo después me di cuenta que el antisemitismo termina por ser inevitablemente antinegro.”


La obsesión racial y el antisemitismo señalan el curso de estas dos novelas canónicas y terminan por determinar la vida de sus personajes y no se pueden desprender de este prejuicio. El judaísmo más que una característica personal pasa a ser una condición social. Pero Leopold Bloom frente a los ataques antisemitas sale en defensa del judaísmo. En otras palabras, la novela de Joyce termina por ser una advertencia temprana sobre el antisemitismo y el racismo que permeaba en ese momento a Europa a comienzos de siglo XX. Joyce no se conforma con sólo describirla sino que también reprueba esta discriminación social.


En la María no hay ningún ataque explícito a la injusticia social. Y en últimas el drama de María radica en que su madre, la esposa de Salomón, quién era obstinadamente judía, no quiere saber de conversiones al catolicismo. Por ello, algunos críticos literarios han señalado que el ave negra que tanto atemoriza y persigue a María no es otra cosa que la representación de su madre. Sara, sufre de una epilepsia incurable, causada por su “mala sangre judía”. Y esta asociación, entre el judaísmo y el mal racial, como bien lo señala la profesora de la Universidad de Harvard, Doris Sommers en su extraordinario texto sobre María en Ficciones Fundacionales, no deja de acechar la obra de la misma manera que persiguió a Isaacs quién jamás pudo borrar la racista “mancha de sangre” que lo acompañaba, por más de que trabajara con ahínco por el bienestar nacional. Pero, esta “mancha” tampoco desaparece en el caso de María a lo largo de la novela, por más de que la obra, en últimas, sea ante todo una novela de conversión al cristianismo.


En María, el judaísmo representa la decadencia, el pasado que se debe olvidar, y una enfermedad hereditaria. No debemos desconocer que los hacendados semifeudales no podían tolerar cruces raciales o de clase que contaminaran su orden aristocrático. Sander Gilman sostiene que para los finales del siglo XIX los negros y judíos a menudo se consideraban enfermos por su sexualidad aberrada, constituida por el incesto en el caso de los judíos y la lascivia en el de los negros. Y evidentemente el incesto es otro de los grandes temas subyacentes en María.


Los personajes de la María no logran desprenderse ni del estigma judaico ni de la esclavitud. El racismo hacia lo negros y la “esclavocracia” como la llama Doris Sommers infiltra esta obra heredada de un orden oscurantista y colonial. El racismo parece una anomalía y un destino imposible de erradicar. Y si Simón Bolívar le concedió la libertad de los esclavos en 1816, de alguna manera se quedó en simple decreto, hecho que terminó por caracterizar la historia general de Colombia. Sólo hasta 1851 se logró la ley de libertad de vientres. Ysin embargo, en 1867 cuando se publica María, la libertad de los esclavos era todavía en gran parte hipotética. Los esclavos continuaron siéndolo en la práctica y en la novela vemos cómo se refieren todavía a sus patrones como “amos”. En cierta forma la novela de Isaacs nos demuestra que, a pesar de las buenas intenciones frente a la abolición de la esclavitud, poco se logró. Por ello el mundo que describe no deja de ser un mundo semifeudal, regionalista, que evoca con nostalgia un pasado estático, en donde no se sacrifican los privilegios criollos.


Isaacs intercala un largo y azaroso romance entre Nay y Sindar, amantes africanos a quienes la esclavitud separa abruptamente. Nay continuó consciente de su nobleza africana aun cuando adopta el nombre cristiano de Feliciana, junto a su nueva religión. Tanto María como a Nay son rescatadas por don Jorge: María del dolor de ser huérfana y Nay de la humillación de la esclavitud. Y a pesar del paralelo establecido, la novela elimina toda posibilidad de amalgamación entre la aristocracia y los esclavos supuestamente libertos. Cada uno en su lugar. No hay posibilidad de integración y mucho menos de relaciones íntimas. El mundo que pinta María es sin duda un mundo cerrado.


María es una obra fluida, no sólo por su prosa sino por las lágrimas que generó entre sus lectoras y es considerada una de las grandes novelas románticas del continente. Y, sin embargo, el racismo que subyace en sus páginas sin mayores cuestionamientos termina por eclipsarla y convertirse en un lunar que en últimas la aminora.


Lamentablemente siglo y medio después de su publicación, no podemos negar que el racismo persiste y sigue siendo uno de los grandes dramas de nuestra realidad nacional. Continuamos sin querer mirar esta anomalía social de frente, como correspondería al momento histórico en que vivimos.


Ahora bien, la segregación social que se describe en María quizás sea su gran aporte, pero me atrevo a afirmar que esta novela siempre miró con nostalgia al pasado, añorando una realidad aristocrática y provinciana y no supo intuir el futuro, algo que distingue a las grandes obras de la literatura universal.



AZRIEL BIBLIOWICZ: Licenciado en Sociología (1973), Universidad Nacional de Colombia. M.A. en Sociología y Comunicaciones (1975),Cornell University. Ph.D. en Sociología y Comunicaciones (1979), Cornell University. Estudios Literatura Latinoamericana (1978), Cornell University. Profesor de la Universidad Nacional (1983-2015) Profesor fundador de la Escuela de Cine y Televisión (1988). Gestor, fundador y director de la Maestría en Escrituras Creativas (2007). Columnista en la página editorial del diario El Espectador, durante la decada de los ochenta y noventa. Continúa como colaborador ocasional del mismo diario.


Entre sus publicaciones se encuentra La Sociología y el País: una experiencia en sociología y periodismo. El Rumor del Astracán (1992), Sobre la Faz del Abismo, (2002), Flaubert: la Historia de una Cama, (2004) y Migas de Pan, (2013).






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